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Cada día hago menos y soy más

Érase una vez

Érase una vez

Érase una vez una niña que no podía dejar de embobarse en cada pared blanca que veía, a cada agujero negro al que se asomaba. Un día, y llevada por la curiosidad de espiar en lo prohibido, decidió acercarse al lado más oscuro de su persona. Entonces, y como si lo hubiese hecho cientos de veces, se sentó en la silla de su cuarto frente a la pared de estuco lisa, dejando su mente en blanco y sin pensar absolutamente en nada. Así perduró hasta que sus piernas y brazos decidieron coger impulso para levantarse y salir de la habitación. Al poco, y como si de un acto reflejo se tratase, volvió de nuevo a coger asiento, fijando su mirada sin importar dónde pero con la misma sensación de antes: la de no pensar nada.

Los días sucedieron, y su habilidad de abstracción fue madurando. Conseguía abismarse con la velocidad del rayo, en el metro, por la calle, de pie o caminando, en la ducha o comiendo, escuchando y hablando. Hasta en los sueños se coló su vicio incontrolado, despojándola del disfrute de imaginar. Una mañana mientras se cepillaba los dientes observó frente al espejo cómo se escurrían sus orejas y mejillas. Una masa gris gelatinosa se abría paso desde su frente por entre los surcos de su cara, arrastrando las formas que en ella encontraba. Sus manos y su cuello se fueron deshaciendo a medida que la masa cogía terreno. A su paso, la estrecha cintura y sus cortas piernas se soldaron más que nunca en una única pieza sin forma definida. Todo su cuerpo se escurrió hasta desvanecer en el suelo del lavabo. Entonces reclinó como pudo su cabeza deforme y observó con terror que su cerebro ya no estaba, habitando en su lugar un abismal agujero negro. Su imagen reflejada en el espejo le permitió mirar a través del negruzco túnel y con pavorosa curiosidad pudo ver al fondo de la oquedad el suelo blanquecino y liso del lavabo. Entonces y como sucedía cientos de veces la ensimismación más temida se apoderó de ella, abstrayéndola de todo, para bien o para mal.

Las formas de su cuerpo, licuadas por la abrasividad de su cerebro, permanecerían por tiempo desperdigadas.

Con los años dibujarían la silueta de una preciosa mujer, sombra de la que pudo haber sido y no fue, por sufrir la pena de niña de no poder imaginar ni pensar nada.

6 comentarios

yolijolie -

Me dejas con la curiosidad de saber de qué se trata. Espero que los recuerdos fuesen para bien.
Un cordial saludo.
Que tengas un estupendo día.

hisni -

es muy bueno este post , sabes me hizo recordar una vieja historia, saludos y gracias por escribir asi..

yolijolie -

¿No es eso que cuentan que dicen que pasa cuando estás toda una vida con alguien?

humm...

ALICIA -

Te imaginas desacerte con alguien...y cuando el cuerpo vuelva a estado sólido encuentres partes que no te correpondían....puede ser interesante....

yolijolie -

Ella en su inconsciencia es feliz, estado anhelado por más de uno que goza de la lucidez de la que ella carece.
Bienvenida la diversidad de maneras de vivir. De la observación de las mismas uno acaba por sonreír con las penas y entristecerse cuando no debiera.

Charly -

Coño, qué triste.