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Cada día hago menos y soy más

Declaración de amor

Amo la delicadeza de unas palabras acertadas, con la conciencia de que pueden caer en saco vacío, con el respeto de que pueden marcar un destino.

Amo el silencio de un gesto afectuoso, con la inquietud de ser comienzo de algo distinto, final de lo que siempre es lo mismo.

Amo la mirada descarada del bebé que no sabe aún de reglas sociales, la pureza de sus gritos en una sala de espera, en una biblioteca sin ruido.

Amo el tacto del cojín que soportó el desgarro del desespero, el sueño reparador, la asfixia de la ignorancia o una reconciliación; el del jersey que me pongo, impregnado de la suerte del examen de aquella lección, del calor de la fría clase teórica que de nada me sirvió.

Amo los trabajos que buscan personas prescindibles sin la categoría de auxiliar y de justa remuneración.

El buen hacer de alguien vestido con la carrocería de su coche, su buena educación.

Amo el respeto, la ignorancia, la conciencia, el amor.

Amo el humor, por ser flotador en un mar de angustia, calma del bravío dolor.

Amo tantas cosas

de las que no hago mención

que espero, rabiosas,

se atolondren por protagonizar este día

y lo bañen de ilusión.

Juan José Millás

Mi desmemoriada cabeza no quiere olvidarse de lo insignificantemente importante, por eso hoy, trascribo, volviendo así a recordar un relato del escritor Juan José Millás, memorable por su sencillez y poca pretensión en todo lo que ingeniosamente escribe. Está extraído del libro Cuentos de Adúlteros desorientados.

 

Con este regalo de prosa, saco las macetas al balcón para que las vea el vecino y fardo de unas flores que jamás planté yo pero que hice mías nada más regar.

Es una manera de conseguir que no se marchiten nunca.

Espero que os agrade tanto como a mí.

                                       El que jadea

                               por Juan José Millás

 

Descolgué el teléfono y escuché un jadeo venéreo otro lado de la línea.
      –¿Quién es? –pregunté.
      –Yo soy el que jadea –respondió una voz neutra, quizá algo cansada.
      Colgué, perplejo, y apareció mi mujer en la puerta del salón.
      –¿Quién era?
      –El que jadea –dije.
      –Habérmelo pasado.
      –¿Para qué?
      –No sé, me da pena. Para que se aliviara un poco.
      Continué leyendo el periódico y al poco volvió a sonar el aparato. Dejé que mi mujer se adelantara y sin despegar los ojos de las noticias de internacional, como si estuviera interesado en la alta política, la oí hablar con el psicópata.
      –No te importe –decía–, resopla todo lo que quieras, hijo. A mi no me das miedo. Si la gente fuera como tú, el mundo iría mejor. Al fin y al cabo, no matas, no atracas, no desfalcas. Y encima le das a ganar unas pesetas a la Telefónica. Otra cosa es que jadearas a costa del receptor. La semana pasada telefoneó un jadeador desde Nueva York a cobro revertido. Le dije que a cobro revertido le jadeara a su madre, hasta ahí podíamos llegar. Por cierto, que Madrid ya no tiene nada que envidiar a las grandes capitales del mundo en cuestión de jadeadores. Tú mismo eres tan profesional como uno americano. Enhorabuena, hijo.
      A continuación escuchó un poco sofocada dos o tres tandas de jadeos, y colgó con naturalidad. Yo intenté reprimirme, creo que cada uno puede hacer lo que le dé la gana, pero no pude. Me salió la bestia autoritaria que llevo dentro.
      –No me parece muy edificante la conversación que has tenido con ese degenerado, la verdad.
      Ella se asomó a la página de mi periódico y al ver las fotos de las amantes de Clinton por orden alfabético respondió que un lector de pornografía barata no era quién para meterse con un pobre jadeador que vivía con su madre paralítica, y cuyo único desahogo sexual era el jadeo telefónico.
      Me mordí la lengua para no discutir, porque era sábado y quería empezar bien el fin de semana. Pero el domingo, mientras mi mujer estaba en misa, telefoneó de nuevo el jadeador y le mandé a la mierda.
      –Se lo voy a contar a tu mujer –respondió en tono de amenaza–. Le voy a decir cómo tratas tú a la gente educada y te vas a enterar de lo que vale un peine.
      –Tampoco es para ponerse así –dije dando marcha atrás, no tenía ganas de líos domésticos–. Es que me has cogido en un mal momento. Discúlpame.
      –Está bien, está bien. ¿Y tu mujer?
      –Se ha ido a misa.
      –Dile que luego la llamo.
      Me quedé un rato pensativo. Desde pequeño, siempre había deseado jadear por teléfono, pero mis padres decían que era una cosa de enfermos mentales. Me he perdido lo mejor de la vida por escrúpulos morales, o por prejuicios culturales, no sé. Pero al ver aquella relación tan sana entre mi mujer y el jadeador pensé que no podía ser malo. Así que marqué un número al azar y me puse a jadear como un loco, intentando recuperar los años perdidos.
      –¿Quién es? –preguntó con cierta alarma una mujer cuya voz me resultó familiar.
      –Soy el jadeador –dije con naturalidad.
      –Espere, que le paso a mi marido.
      El marido resultó ser mi padre, nos reconocimos enseguida: inconscientemente, había marcado su número. Me dijo que ya sabían los dos que acabaría así y colgó. Luego llamaron a mi mujer y le contaron todo. Ella dice que quiere abandonarme, por psicópata, y me ha pedido que le firme unos papeles.
      –Jadear a tu propia madre. ¿Dónde se ha visto eso?
      Nunca acierto, sobre todo cuando imito a los demás para ponerme al día. Total, que ahora ya no puedo dejar de jadear, pero de angustia, aunque mis padres creen que lo hago por vicio.

Comunicando con mi madre

Comunicando con mi madre

Y entonces comenzamos a charlar. Alternamos los tiempos de manera harmoniosa y entonación musicada, dándonos el testigo para hablar con un silencio acolchado por interjecciones cálidas. Los timbres de nuestras voces se asemejan tanto que se diría se trata de una única persona que improvisa sin titubeos un diálogo para sí. No hay más prisa en terminar que la que queramos simular. No hay mayor intención en empezar que la de conjugar nuestros ritmos, asentar nuestras almas, nivelar nuestras defensas.

Sí, es toda una terapia. No nos decimos nada nuevo pero hablamos con tal exclusividad que colgamos sorprendidas por la novedad de las confesiones de siempre. Omitimos el ruido para escuchar el farfullo de nuestras voces con la atención de quien no acaba de sintonizar su emisora preferida. Y hablamos pausadas de ilusiones compartidas, reteniendo la alegría súbita para obtener mayor gozo cuando se den, y dejando que vayan mientras calando en cada una de nosotras. Y envolvemos de cariño las palabras de aflicción para menguar su punzada y echarlas a la saca de dolores en proceso de conversión.

Y nos contentamos. Y es tan plena la felicidad conseguida que no podemos más que volvernos a llamar una y mil veces más.



Un churro de vecina

Un mal sueño me empuja a despertarme. Aún reciente me levanto para asomarme a la ventana y ver al churrero trabajar. Con el destemple del descanso coartado voy hasta la cocina en busca de aliento, y un vaso de leche se presta como el mejor de los candidatos. El mareo pronto me da los buenos días, y por una vez, me alegro de que ocupe mi pensamiento aún viciado. La química del cerebro se va de puente dejándome a mí todo el trabajo por hacer.  Qué suplicio. Las hormonas se meten hasta con mi oído interno, pero lo hacen con contrato temporal a horas convenidas. Pronto las finiquitarán.

Suena el timbre de la puerta. Dejo mis pensamientos figurados junto al desayuno y arrastro mi cuerpo hasta la mirilla. Abro.

 

-¡Enhorabuena , hija! Ay!, no sabes la alegría que me has dado!

- Hola Mercedes, Buen día (siempre pienso, centésimas antes, en la marca de coches para dirigirme a ella sin equivocación) Me coges almorzando- y sonrío, por no saber qué añadir.

-Que me he enterao por la Beatriz, la del 7º, la que toca el piano. Ay!, qué bien!!

Qué es lo que traes? A ti no te va a pasar como a la de al lao- me apunta, reclinando la cabeza con la ceja arqueada hacia el 6º 4ª- A ella ni se le notó!, Como ya estaba tan gorda de antes,  dio a luz sin que nadie se enterase de que estuviera preñada, y claro, como tampoco se parece a ninguno de los 2, tan rubito él, con esos rizos, y esos ojos verdes tan gordotes-recuerda la mujer fijando su mirada en mis pies descalzos- pues todo hacía pensar que era adoptao, pero desde luego que con los gritos que le llegan a pegar al pobre crío, los de asuntos sociales poco trabajo iban a tener para retirarles la custodia. Así que el niño es de ellos, bueno, de ella, porque el chaval poco pinta, con lo saboría y malasombra que es la pobre.

-Hombreee, Mercedes…- sacudo estas dos palabras de mis cuerdas más afinadas, consciente de que nada de lo que diga puede atravesar el bloque de vacío que nos separa.

 

Cuando alguien obra de manera desdeñada hacia otro, tiene un motivo más allá del aparente. Cuando alguien saca conclusiones sobre lo que uno es en función de cómo actúa, lo hace siempre bajo su singular forma de pensar. Es ésta la verdadera esencia que nos diferencia a las personas. La complejidad del entramado de maneras de ser está garantizado, por banal que sea lo que al final se formule.

La extraña conversación-monólogo de mi vecina me la tomo como un sudoku emocional y no como una ofensa con la que yo deba alterarme, aliarme, mofarme, alegrarme.

Cierro la puerta con el mismo sigilo con el que no la debí abrir y me vuelvo hasta la cocina. Un olor a buñuelos ha decidido entrar por la ventana e invadir uno de mis sentidos más tocados por el embarazo.

 

Caliento de nuevo la leche para dar paso a un pensamiento nuevo: el de mojar un buen churro en ella...

Muchas gracias a todos

Y es que necesito reír. Cuando estoy sola no dejo de hacerlo, a expensas de que algún vecino se haga una idea equivocada de mí. Cuando algo me preocupa, una mueca se dibuja en mi cara, desafiando la gravedad de los músculos faciales que se empeñan en arrugar mi barbilla. Cuando algo quiero aprender, sonrío como pidiendo tiempo a lo que no acabo de entender. Los nervios son los aliados por antonomasia de mis carcajadas, primas hermanas de mi risa y hermanas de sangre de mi alegría, esa que a veces me abandona dejando sin amiga de patio a la sonrisa, que perpleja se pinta como de costumbre en mi cara. Pero como guiada por la sinrazón, y antes de que mi expresión se humedezca por gotas de desesperanza, vuelve como se fue, secando mis ojos con algodones de tranquilidad, iluminando mis encías para prepararlas a escena, y haciéndome reír con la misma naturalidad de su existencia. Entonces el absurdo de la tristeza desmedida, de la preocupación excesiva, de la pena pasada, se evapora, dejando tras de sí un vapor que abrillanta mis ojos y humedece mis labios que se estiran sonrientes lo que dan de sí.

 

 

Me ha encantado este paseo iniciado en noviembre del 2006 por un camino deambulado desde siempre pero no escrito hasta entonces. Volveré a recorrerlo, esta vez de vuelta y recordando la sonrisa que en él se queda grabada.

Agradezco los ojos que siguieron su lectura. Nunca pensé que interactuar con otras almas fuera tan enriquecedor.

Muchas gracias a todos.

Yolijolie.

Pastora

Y me harté de verte después de mucho escucharte.

En la radio sonaba tu Lola como brisa de aire fresco en el panorama comercial. Bajé tus restos husmeando en Internet y en las Navidades del 2004 me los regalé.

En febrero del 2005 seguí tus huellas hasta el Faktoria de Terrassa y allí, en un ambiente fumeta y relajado de una treintena de personas, te descubrí. Recuerdo cómo, a un par de metros de mis narices, escenificabas tus letras y me las cantabas, por qué no, a mí.

Desde entonces, me has acompañado en coche hasta el trabajo con el aperitivo de las doce, he limpiado la casa como una auténtica mirona, me he duchado con tu mentira, y me reconcilio conmigo cuando no se puede más.

 

Espero que te dejes ver pronto para escucharte lo nuevo y sentirlo como eterno.

 

Pequeñas cosas que pasan

Una bata blanca con olor a mentol me acompaña hasta la habitación habilitada como sala de espera. El laberíntico pasillo que recorro hasta llegar es huella indeleble de los 2 pisos que tiempo atrás fue la actual consulta de dentista. Me adentro en su reformada estancia de cascados sofás que me evocan el tiempo que hace que no venía. Cojo asiento en uno de ellos mientras me rebota el silencio de un no correspondido saludo de buenas tardes de la única persona que allí se encuentra. Me incomoda. Clavada en el agrietado sillón, me alío con su confort y me relajo. Fijo entonces mi mirada en la que cree que lo cortés está en desuso, para decirle en silencio lo que pienso sobre sus escasos modales. Observo cómo observa lo que yo no miro hasta que el timbre de su móvil me substrae del encantamiento. Evito mirarla para dejar de escucharla. Me cuesta.

De fondo, el zumbido de abejorro de su voz al teléfono; en primer plano, mi voluntad de ensimismarme en algún quehacer que me separe de ella lo que disto de su persona. Como por inercia, me reclino a coger una de esas revistas que sólo me apetece mirar cuando estoy en el dentista, y la hojeo. Mi repaso insulso se detiene por un titular que dice: “Sordomuda consigue su sueño de ser modelo”. A medida que leo por encima lo que el reportero ha escrito hasta llenar las 2 hojas encomendadas, hago mi peculiar trascripción sobre lo que no se dice. Observo a la modelo cómo me mira a través del papel couché y cómo me da las buenas tardes con una cordial sonrisa. Está feliz y me lo contagia, decapitándome cualquier reflexión sobre su entusiasmo por ser arquetipo de belleza en una sociedad tan frívola. Entonces, y llevada por la presencia de la que ya me cae definitivamente mal,  me entra una paranoia que no quiero controlar: imagino que doy la vuelta a la revista vigorosamente, asiéndola bien fuerte por ambos extremos del artículo, y, poniéndome en pie, exhorto todo el fuego que sale por mi boca. Le recrimino a grito pelado cómo puede ser que alguien resulte cordial y agradable a través de una maldita foto y sin tener capacidad auditiva, ésa que tan bien sabe malgastar ella en panochadas telefónicas que no hacen más que ensordecer ( todo ello mientras le señalo la foto de la escultural chica y le salpico con mi baba por la misma excitación del momento). 


Termina de hablar y coge una de las revistas que, amontonadas en la mesita central, esperan ser inspiración de perturbaciones mentales. Yo deposito la mía dando por finalizada su inspiradora lectura. En ese momento, la misma mujer mentolada de antes, me llama por mi nombre para que acuda a mi segunda tortura de la tarde.

Ya levantada, y con un pie fuera de la sala, le digo con voz seria dirigiéndome a la cotorra:  

Hasta luego Lucas

Recorro el pasillo de vuelta sonriendo al imaginar su cara descompuesta. Recuerdo también la otra frase que se me quedó en el tintero, aquella que iba sobre las muelas y que también decía Chiquito, y entro del todo animada a otra de las habitaciones adaptadas para la consulta del dentista, esta vez para que me maten el nervio…

Trece días

¿Qué son trece días?

 

Trece días es el tiempo necesario

para cambiar el color grisáceo de la piel por uno rosado.

Coordinar la respiración que nadie antes te había enseñado,

con la deglución del líquido blanco que tú solo, aprendes a succionarlo.

 

Reconocer las voces como familiares

y las olores como cercanas.

 

Poner en práctica sin previo ensayo

lo sabido sin aprender,

y lo aprendido por saber.

 

Lagrimear por primera vez,

regalar una sonrisa

mientras practicas contraer

los músculos de tu carita.

 

Acostumbrarte al algodón cien por cien

y a las cremas de bebé;

a vislumbrar sombras a la luz del día

y a dormir al anochecer.

 

 

Habituarte a la vida,

esa que me regalas tú

al nacer.

 

 

loren 2º día

 

¡Felicidades Loren! Ya mismito cumples dos semanitas.

Besos mil repartidos por todo tú, de tu tía que siente adoración por ti.

 

Entonces pienso en ti

Entonces pienso en ti

Me estoy convertido en la obra catatónica de una hormona gigante que se va haciendo conmigo poco a poco con el disimulo de un carterista que te roba en plena calle.

No me queda otra que sucumbir a sus deseos retorcidos y transformistas, con frustración la vez que estoy más lúcida, y con esperanza de que acabe pronto cuando estoy más invadida. Me resignaría totalmente a esta metamorfosis en cuerpo y alma si yo no fuese hija de mi madre, así que no desfallezco en el intento, y ando haciendo resets a cada dolor de cabeza que la noche deja atrás y a cada mareo nauseabundo que se desvanece como vino bajo las órdenes de la naturaleza más savia y caprichosa.

Algunas conocedoras me recuerdan que esto no ha hecho más que empezar. Otras me atormentan con que podría ser peor, y otras me animan recordándome que hay embarazos mejor. Entonces pienso en ti, en el eterno abandonado. Mi aliento por soportar el increíble malestar es nimio comparado al tuyo por querer vivir.

Sin saber, estás ahí, y sin dudar, continúas estando, con una abismal faena por hacer en un tiempo limitado. Cuánto siento no poder hacerte mas que de cojín. Pero te prometo que pese a no ser tan milagroso como tú, seguiré quitándole hierro a todo cuanto acontezca y me entregaré a lo que sea menester con tal de facilitarte en lo más mínimo tu incesante apuesta de crecer cada día un milímetro.

Y ahora me voy, que demasiado tiempo me ha dejado estar frente al ordenador: tu compañera de faena, la gigantesca hormona que todo lo arrasa, ya está picando por todas las puertas de mi cuerpo.

Si necesitas algo solo tienes que decírmelo, que al igual que te escribo también te puedo escuchar.

Hasta ahora. Seguimos en con-tacto.

Semana Potable

Semana Potable

Como presidenta del agua potable que soy, constato que, todo el agua que nos está cayendo del cielo estos días y que vemos  tras las ventanas de nuestras casas con rabia, melancolía, divertimento o veteasaberquésensación, está siendo  titular del telediario por inundar los bajos de las casas que viven cerca de una riera,  por ser fiasco de los que con antelación habían reservado chiringuito en la playa y también por no permitir que desfilen como cada año Hermandades de las cientos de procesiones que estos días se dan.  

Es por todo lo expuesto que propongo, a través de la infraestructura que tenemos preparada para este repetitivo acontecimiento que la naturaleza nos brinda sin respetar posibles planes vacacionales que para estos días teníamos pensado, y siendo que cada día muere una media de 4.500 niños menores de cinco años en todo el mundo por carecer de este derecho humano de los 1.100 millones de personas que no tienen acceso a este bien, y siendo que los zagales nuestros consumen de 30 a 50 veces más agua que en los países llamados en vías de desarrollo,

embotellarla y hacerla llegar hasta allí.

 

Así que el que quiera aún disfrutar de sol y a su vez conocer nuevos países (África subsahariana) o desfilar con su Hermandad y hacer una provechosa procesión hasta este bien escaso junto a las gentes de estos pueblos, qué mejor ocasión que ésta, y totalmente gratis.

 

Ahora sí, voy a seguir mirando tras mi ventana ,con rabia, melancolía, divertimento y desolación.

Best Seller

Best Seller

He vuelto a dejar que me aplaque la opinión de un desconocido. Repaso las palabras justas que salieron de su boca y me percato que es su entonación lo que más me hiere. Pienso que lo que escuchamos viene más determinado por los gestos que vemos que por  las palabras que oímos, y también reparo en la rapidez con la que se pasa alguien por la entrepierna estos matices que yo contemplo.

Cautelosa me había acercado para suavizar los eslabones de los tristes pensamientos de aquella desconocida que lloraba frente a un gran ventanal por algo desgarrador:

-Sólo tienes que concentrarte en cualquier punto del infinito firmamento que se despliega esta noche ante ti -le decía mientras le señalaba el cielo- y recoger lo que nadie se para a ver. Verás qué llena de sensaciones te vas a sentir.

-¡¡Niña!!,-grita una persona dirigiéndose hacia ella. Me sustrae la mano que había aposentado en el hombro tras susurrar mi frase de buenas intenciones-las malas rachas pasan, y para eso estamos los amigos, no esos conocidos de los que solemos hablar en nuestras entretenidas comidas. Todos pasamos de vez en cuando por épocas así! pero, está claro que, suceden por algo. No sé muy bien por qué pero, lo averiguarás...seguro! Ah, y por propia experiencia te digo que mirando las estrellas las cosas no pasan, hay que afrontarlas sin miedo!

 

La confianza da asco pero la desconfianza también. ¿Qué coño sabe esta cómo afronto yo mis miedos?

 

Me produce resquemor notar ataques verbales mal hirientes escudados bajo la extrema energía que todo lo quiere resolver y decido marcharme. Alejarme físicamente me hace distar del momento, y cojo una perspectiva que sin moverme me cuesta. Al poco empiezo a estar donde yo lo dejé y pienso sobre mi manera de llevar las relaciones personales, alimentada por la simbiosis obtenida en ellas. La amistad se retroalimenta. Abrirme a nuevas personas me enriquece y nutre las consagradas. La antigüedad de un amigo acelera un perdón pero no lo excusa. La novedad es diferente pero no antagónica. El precio pagado esta noche por querer experimentar ha sido abandonar una fiesta a la que no debería haber ido y me ratifico en mi manera de ser haciendo las paces conmigo. Me consuelo, ya más tranquila, recordando la última despedida de soltera, que no me fue de perlas pero tuvo mejor final. Todo este arsenal de reflexiones me ha llevado de paseo a un parque que no conozco. Me detengo y me apoyo en una farola en la que los mosquitos buscan su luz en la noche. Observo que aunque peleones se entienden a la perfección pues ninguno se aleja cientos de metros a meditar. El esnifar de un perro a mis pies me abstrae de mi ensimismamiento.  Me hace ponerme firme pegada al farol. Un hombre distraído por completo lo lleva asido por el cuello y decido saludarle antes de que nos asustemos los dos, él por no percatarse de mi presencia y yo por miedo a una reacción asustadiza.  La noche es negra y mi vestido blanco de gasa transparente canta como los grillos en verano.

 

-Oye, perdona- le digo tenuemente- Perdona, lo siento. Sólo quería saber si tenías un cigarrillo. Te he asustado?

-Si. Estaba en mis pensamientos y no te he oído llegar ¿Qué hace una chica como tú por aquí a estas horas?

  Su pregunta me incomoda aunque sus palabras me rejuvenecen. Pienso sin dudar en excusar mi presencia con una mentira sin importancia, para no entrar en detalles que deseo olvidar.

-No podía dormir y hace una noche muy agradable. ¿Y Tú? ¿Tampoco puedes dormir?- el pavor del momento me hace interrogarle de manera infantil.

-Yo estoy trabajando y he salido a despejarme un poco con mi inseparable amiga. Soy escritor.

- ¿Y de que escribes? Le vuelvo a preguntar como pidiendo  tiempo muerto.

- He escrito algún libro pero ahora escribo relatos cortos para una revista.

-Caray… Qué emocionante.

-No te creas. Ahora mismo estoy desesperado por que no encuentro ningún tema para llenar mi trabajo. La creatividad, por desgracia, no tiene un interruptor para activar y desactivar… o te viene o no te viene.

Arranco a caminar y su perra se adelanta a mis pasos. Él se incorpora a nuestro ritmo tras tensarse la cuerda que lo sujeta.

-¿Y cómo son las historias que tienes que escribir?- Le reitero con el tema con ánimo de observarle mientras se explaya en contestarme. Acierto a pensar, mientras gesticula con una mano su estructurada respuesta por tenerla pensada, que ronda los cuarenta. Tiene un gesto agradable en su cara. Su chupa de piel desgastada es molde de su torso. La tranquilidad de su perra que lo mira con la lengua fuera me transmite la confianza de la que una persona desconocida carece. Me reconforta pensar que puede que el destino me premie finalmente con una interacción personal nueva interesante, y mi empeño en que así sea se realza a medida que lo oigo hablar:

-Bueno, pues escribo de todo y de nada. Historias cortas, en las que voy al grano, no me gusta perderme en muchas descripciones. También me gusta escribir en ellas cosas sobre mí, aunque lo mezclo con otras cosas inventadas y todo junto consigue dar personalidad a mis personajes. Intercalo algún dialogo donde cuelo algún ideal o algo que haga reflexionar a quien lo lea. Después añado algo de sexo o violencia, o las dos cosas juntas, por darle un toque más comercial y para rematar… un final lo más inesperado posible, algo que el lector no pueda ni imaginarse y que cuando acabe de leerlo no le salga decir otra cosa que… ¡Qué cabrón! Así, más o menos, son las historias que escribo… o me gustaría escribir.

Lo escucho con atención, y acierto a preguntarle si en algo puedo yo ayudarle pues la compañía es grata y el reto interesante. Mi imaginación no tiene límites, y quizá le aporte lo que le hace falta. Con escasa credulidad, se anima a contestarme la inesperada pregunta:

-Me hace falta una buena inspiración, una musa que baje y logre que mi imaginación funcione y me ayude a encontrar a ese personaje que de solidez a una buena historia.

Se calla. Nuestro paso se detiene justo delante del portal de una casa.

-¡Bueno!.-intercepta.- Aquí vivo yo.

 

Sin saber bien con qué entrecortadas frases acompañadas de gestos afables, acabo entrando en su casa. Observo de un vistazo que todo el salón huele a escritor. Al fondo, un ordenador encendido y un cenicero repleto de inspiraciones apagadas. A los lados, estanterías colmadas de libros viejos por releídos. Y en la entrada, yo, el capricho de un creador. Mi atisbo no relativiza el tiempo pues tengo conciencia de que permanezco de pie buen rato esperando su vuelta con dos gintonics.

Su tardanza me hace indagar qué habitación lo tiene retenido sin dejarlo salir. Sigo el rastro del pasillo que lo ha raptado, y asomo mi cabeza por las dos habitaciones que me cruzo. Ambas están completamente vacías y tienen en común el color rojo de sus paredes y las cortinas de gasa blanca de escasa largura. Su voz turbada pero silenciosa me llega de la última habitación del pasillo. No acierto a entenderle y me acerco hasta la puerta sin que me vea.

-Ya tengo mi historia, ya tengo mi historia, ya tengo mi historia, ya tengo mi historia, ya tengo mi historia.....- le oigo decir. Asomo mi cabeza. Cajas y escombros amontonados en la entrada de la habitación me entorpecen verlo. Se percata de mi presencia al derrumbarse una de ellas y se descubre ante mi completamente desnudo. Me mira con los ojos exacerbados y mi invita a pasar, con la misma calma con la que una hora antes yo lo invité a charlar. Alarga su mano para ayudarme a  entrar con el mismo gesto afable con el que me convidó a su casa.

-Esta noche tú has  reencarnado un personaje- me puntualiza en susurros- he hablado de mí y hemos dialogado. Ahora- prosigue, mientras me enseña su erección- estoy teniendo sexo contigo mientras me pajeo pensando en ti, oooh mi musa...

y……¿ahora? , ¿ qué toca ahora?- canturrea sonriente mientras desenvaina un cuchillo de entre cartones que alcanza a rasgar la manga de mi vestido.

Pego un chillido ensordecedor que me lo guillotina con una bofetada que me abre la mejilla haciéndome caer de vuelta al pasillo.

Estoy aterrorizada, trato de incorporarme con todo mi cuerpo tembloroso. Recorro el pasillo pero mis piernas flaquean y tropiezo una y otra vez, aterrada por querer salir.

Salgo despavorida queriendo retomar el paseo de vuelta. Busco enloquecida el punto de luz de la farola que nos presentó para huir con vida de allí pero la negrura espesa de la noche me confunde. Agarro al chucho para que me indique el camino y su naturaleza fiel me ayuda a correr lo que mis pies dan de sí. Sin mirar atrás  corro, corro y corro hasta llegar a la carpa de donde no debí salir. Allí nadie me ha echado de menos pero yo a ellos sí.

  

Busco el gran ventanal donde poder contemplar la noche que empieza a abrirse. Mis ojos llorosos turban el horizonte pero la perra relame mis mejillas mojadas. Las dos hemos salido del infierno de un perturbado. Empiezo a buscar consuelo en mi atormentada existencia y recuerdo mi afirmación categórica: yo pienso que lo que escuchamos viene más determinado por los gestos que vemos que por  las palabras que oímos aunque reparo en la rapidez con la que se pasa alguien por la entrepierna estos matices que yo contemplo. Rompo a llorar.

El precio pagado esta noche por querer experimentar, ha sido abandonar una fiesta a la que no debería haber ido, pero me ratificaré en mi manera de ser, y volveré a hacer las paces conmigo.

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La historia original de la cual surge este plagio es de Akiv, un gran escritor que no debería fiarse de sus lectoras, por inspiradores que puedan resultarle sus comentarios....... ;-) 

 

Un beso!

 

Eres Tú

Eres Tú

Tengo un mareo continuo, similar al de viajar por mar.

Se me tuercen las letras que escribo y las que leo, aún más.

Mi flujo sanguíneo circula con exceso de velocidad,

y a  su paso martillea mis sienes, queriéndolas eclosionar.

Me molesta la luz en los ojos y las lumbares al caminar.

Estreno número en la báscula y hábitos alimenticios, de poca toxicidad.

Mi cuerpo en plana ebullición deja de ser el de días atrás.

Y mi mente cavilosa, intenta seguirle sin dudar.

 

Y tengo sueño, mucho sueño,

y sueños, muchos sueños.

 

Eres Tú,

que me absorbes  la energía sin pedir permiso,

instalado en mi bajo vientre sin avisar.

 

Pero sigue, no te cortes, estate el tiempo que quieras,

que tus organizadas tareas no dejen de funcionar.

  

Bienvenido/a:

mi casa, es la tuya.

 

El lavabo, al fondo a la derecha.

La cocina, donde tiene que estar.

El mando de la tele entre los cojines

y mi corazón

muy cerca del tuyo,

bombeando sin parar.

Woody Allen

Te descubrí no a muy a temprana edad, influida por los calificativos que me llegaban de ti y de tu obra. Excéntrico y monotemático, los más comunes, me tuvieron apartada por tiempo. Alguno que otro incluso etiquetaba a la persona que admiraba tus trabajos de igual forma que a ti, solo por seguirte. Entonces, como suele pasarme, quise usar mi criterio para descubrirte, no por incrédula, si no por saber que hay tantas reacciones a los medicamentos como personas que los toman.

Y te fui a ver a la gran pantalla, fue en Misterioso asesinato en Mahattan y aparentemente aquella vez me dormí, porque permanecí gran parte de la película agachada. Pero por aquel entonces, estaba descubriendo otra de las pasiones de la vida de la que también se ha escrito mucho.

Ya en casa y sin ruido de palomitas, me desprendí de la saca de tipicidades, incluso aquella que dice “o te gusta o no te gusta, no hay término medio” y me planté delante de gran filmografía tuya y me la ví casi de un tirón, confundiendo títulos, argumentos cuando acabó mi empacho de ti, pero sin reflujos, quedándome con el mejor de los sabores: genialidad.

Ahora me es imposible ser objetiva, siento debilidad por ti, pero no creo que sea argumento suficiente para rebatirme, porque esta admiración se ha ido fraguando por los buenos momentos que hemos pasado juntos los dos, tú haciendo lo que no puedes hacer mejor y yo disfrutando con ello.

Dedicado a todos los amantes del úni€co e inequiparable Woody Allen. Y dedicado a mi Woody Allen particular, sin parangón, Sergio Castro.




















Eres diferente a los demás

Eres diferente a los demás

Continuamente me enamoro de ti. Salgo de casa y en el rellano concentro mi despistada atención en la luz que entra por su pequeño ventanal, y pienso en ti.

Ya metida en el ascensor soy tapiada a intervalos constantes. Sigo la numeración descendiente de las diferentes plantas con suma seriedad: estoy siendo transportada a los cimientos de la vida. Tengo la opción de abandonar el proyecto pulsando tan solo un botón y huyendo por una de las repetitivas puertas que en mi descenso dejo tras de mí. Pero soy una enviada especial para tan increíble tarea, y tú estás detrás de toda esta ilusión.

En la planta baja el suelo mojado me deslumbra y me paraliza en seco. La señora que lo ha fregado me desentumece invitándome a pasar por él sin temor: las huellas de mis zapatos son la contraseña de salida del edificio.

Pasado mi registro, saludo en la distancia a Román, que puntual abre su peluquería y me corresponde con una sonrisa extraordinaria. A mi paso de espía elevo la mirada y compruebo que el del primero ya está fumando. Diría que no ha dormido porque conserva la misma pose que cuando crucé el portal la noche anterior.

Y es que todos me esperan. Son la torre de control, vigilan en la distancia mis cercanos movimientos, revisan con naturalidad que todo esté bien, se cercioran que el abrigo de una mala noche se pierda en un guardarropía prendado de buenas intenciones y me vista con lo que me sienta mejor. Todos son delegados por ti.

Esquivo el pelotazo de un niño, y te veo en su mirada de disculpa. Le voceo “Ronaldinho!” y su padre sale desde donde no lo veía y se sonríe. Me habla de que su crío es zurdo en el fútbol, “siniestro total” le puntualizo entre risas, y le sigo escuchando hablar de sus habilidades con la izquierda como si fuera lo más extraordinario del mundo mientras enmudecida me digo que estos son los detalles que luego me harán recordarte, sentirte diferente y quererte ver una vez más.

Alcanzo el coche y su desnivelado equilibrio me delata el pinchazo de una rueda. Tiene un navajazo que no me desgarra. Mi bolsillo se entristece pero le recuerdo que podría haber sido peor. Mi reloj me mira de reojo y le recuerdo, mientras me lo quito para maniobrar mejor, que no tenga más prisa que la que me tenga que tomar. Revivo el esguince en mi pierna derecha, mi poca fuerza en los brazos, la debilidad de mis uñas, y, alguno que pasa, mi ropa interior. Encajo la nueva, manipulo el maletero, lo cierro y me monto. Ya sentada frente al volante me envuelves con tu omnipresencia. Te respiro con la luna bajada, te escucho en forma de noticiero de radio. Me sintonizo la música que conocida o no, me deja prendada de ti. A qué mas pruebas me someterás hoy, vil... y me contestas cegándome con un rayo de sol que traviesa sin permiso el parabrisas, porque sabes cuánto me gusta..

Y es que siempre eres tan diferente a los demás.... que no puedo mas que estar continuamente enamorándome de ti.

Dedicado a este nuevo día que hoy también me acompaña, día que para algunos por ser 19 es diferente, y para otros nos resulta una anécdota numérica de su extraordinaria existencia. Y dedicado a mi padre, porque en sus brazos siempre rejuvenezco, por días que pasen en mi vida.

Apología del huevo frito

Apología del huevo frito

Sumerjo el huevo en la sartén con aceite a más de 200 grados. Lo hago con sumo cuidado, y observo embebecida su caída. Sus formas se deslizan anchamente, como nudista en la arena tumbado al sol, y me contagia un relax que me contenta. Desplomado sobre el manto resbaladizo de elevada temperatura, se mantiene flotante como colchoneta de playa, y el calor cada vez más intenso va chuscarrando los lados hasta oscurecerlos, como cuando el sol tuesta las partes más blancas de mi cuerpo. Cojo la espumadera, prolongación de mi mano combustible, y comienzo a bañarlo con el mismo bálsamo que lo acaricia, como el bebé que imprevisible permanece quieto recibiendo las aguas bautismales de su madre. Salpico suavemente una y otra vez su asoleada cara, perfecta en su forma y en su color. Los segundos pasan y la calentura sube. La bañera infantil se torna ahora hidromasaje, y las eclosiones de la fritura que emergen de la sartén se vuelven amenazantes. No se deja mirar mas que con los ojos entornados, como su semejante astro, porque aunque se sepa digno de contemplar, es descarado en su atino a salpicarme donde más me duele cuando lo hago. Y le tiro sal, y me quema, haciendo migrar sus burbujas a mi piel si no soy rápida de reflejos.

¿Puede haber algo más bello?

El olor que desprende con los trozos de ajo doraditos me subleva ante él. De soslayo los veo amistándose con el faldón blanco de puntillas marrones que los camufla, juegan a ser uno siendo tan diferentes en color, sabor y textura, conjugándose como los matrimonios que milagrosamente aún perduran.

¿Lo estaré friendo bien?

Hay tantas formas, todas tan eróticas... durito por en medio con aureola perfectamente dibujada a su alrededor como pezón de adolescente; con cuajarones blancos entremezclados con la yema dura como orgía improvisada; desparramado y poco hecho con la yema temblorosa como flan servido por camarero aprendiz cual bello pecho pequeño que ingrávido y sin sujetador se agita incesante a su paso...

Pero esta vez me apetece tanto contemplarlo, que me lo comeré como quede, mojado con pan y estucando mis muelas mientras mi paladar lo disfruta, y tragándolo con el gozo de estar saboreando uno de los mejores manjares que conozco.

Lo bueno, si es sencillo, dos veces bueno.

foto extraída de: http://inpraiseofsardines.typepad.com/blogs/

y aquel barquito navegó

y aquel barquito navegó

Estoy inquieta. No consigo concentrarme en ningún quehacer de obligado cumplimiento. El pijama me acompaña, me encantaría que lo hiciera para el resto del día pero para suerte suya, en breve deberé relacionarme socialmente con un hombre de bata blanca que perfora muelas, uno de bata azul que arregla grifos, una de calzado cómodo que vende zapatos, y otra de rasgos parecidos a los míos que hace comidas ricas en tiempo récord. Apuraré antes de encomendarme a estas obligadas tareas hasta llegar tarde, alguna posiblemente la encubriré bajo una estúpida excusa y la pospondré para pasado mañana y entonces me sobrará tiempo para seguir inquieta pero volveré a bañarme de pensamientos como el de ahora hasta demorarme en la siguiente tarea y volveré a llegar tarde para entretener mi mente con la prisa y no en el tiempo de espera. Me he cortado por tercera vez las uñas de las manos. Inaudito para alguien que siempre se las mordía. Sólo me está quedando el vicio de pensar, contemplar lo que muchos omiten, lo que otros restan importancia, y lo que a otros tantos les resulta ridículo. El día que deje de garabatear aquí, será porque también me he quitado de este último vicio y quizá lo reemplace por el de observar en silencio, sin dejar que se pierdan los detalles que en la trascripción que ahora hago obviamente no puedo mas que dejarlos en el camino, escondidos bajo las palabras que se quedaron por salir, llorando, por mi imperfecto, por discriminatorio, cerebro. Entonces intentaría escuchar a un mudo, ver como un ciego, oír lo de un sordo e imaginar con mis escasos recursos, sintiendo lacónica, sin borrar con la tinta de la escritura. Mientras escribo, una canción se me repite y me intranquiliza aún más porque me resulta tortuosa, siendo infantil: Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña como veía que resistía fue a buscar a otro camarada. Dos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña como veían que resistían fueron a buscar a otro camarada. Tres elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña como veían que resistían fueron a buscar a otro camarada. Cuatro elefantes se balanceaban… Quiero cambiarla y me cuesta, pero me obligaré a hacerlo, guillotinaré mis pensamientos que libres dejo que fluyan, y me impondré un orden ficticio que hoy mi cabeza debería ayudarme a imaginarlo, por que lo necesito y eso debería bastarle. Dudo de colgar esto, pero lo haré. Lo que antes me avergonzaría hacer, ahora lo hago y me hace sentir mejor. Como lo es para el sordo, escuchar. Aunque a mí me pueda resultar ensordecedor lo que a veces tengo que oír, para él, que nunca pudo hacerlo, es todo un logro, y es, bajo mi punto de vista, de admirar.Cada uno que evolucione como lo sienta y que note que crece en su hacer.

Había una vez un barquito chiquitito,
había una vez un barquito chiquitito,

que no sabia, que no podía, que no podía navegar,
pasaron un, dos, tres,
cuatro, cinco, seis semanas,
pasaron un, dos, tres,
cuatro, cinco, seis semanas,

y aquel barquito y aquel barquito
y aquel barquito navegó.

Duplicado de llaves

Duplicado de llaves

Mis ojos llorosos encharcan mis pestañas agrumándolas como el peor de los rímels. Permanezco inmóvil con la mirada perdida en la cama que poco antes fue testigo de nuestra disputa, sólo mis manos se mueven para frotar mis picosos ojos, dándome un gusto momentáneo que despista por segundos mi profunda pena. No lo entiendo. Lo importante de la relación siempre fue sentir las ganas de volver sin importar de dónde. Besarnos la boca sin pretender apropiarla. Que nuestro deseo se centrara en querer tener a nuestro lado a una persona feliz pero no por un motivo interesado. Libertad de pensamiento y de acción. Dos almas unidas por el sentimiento y no por la razón.

Repaso aún exhausta tus atronadoras palabras, ésas que me habían martilleado la cabeza haciéndome huir del escenario cargante, saliendo desbordada de dolor y dejando tras de mi un portazo y un adiós. Busqué, ya en la calle, el oscuro cielo que nada me recrimina pero la pesadumbre al poco me ha hecho volver. Y aquí estoy de nuevo, con la misma desazón y postura, y aquí sigues tú, tumbado en el mismo lado de la cama donde te dejé pero ahora con un silencio que descifra los ruidos más significativos: el roce de la sábana al darme tu espalda me da las buenas noches. Un clic al apagar mi luz te contesta con la misma empatía, dando por finalizado el entreacto de la obra de nuestra vida.

Durante la noche, no consigo arreglar un repetitivo sueño por más que aprieto los ojos, y acaba por desvelarme. Me acerco a tu oído tragando la angustia con exceso de saliva buscando el reset bajo tu cobijo pero tú duermes con postura rara, inaccesible. La ceguera con visiones me obliga a buscar claridad fuera. Me levanto a tientas sigilosa, como si encender la luz o hacer ruido pudieran interpretarse como continuidad del diálogo zanjado. Abro el grifo de la ducha con el mismo cuidado. Con decaimiento por lo poco dormido, espero impaciente con la esponja entre mis manos a que el agua de la ducha me de la limosna de la templaza, que caiga por fin caliente en mi enjabonado sombrero de poros. La esponja brota espuma a borbotones como si el exceso fuera a perpetuar más el aroma en mi cuerpo. Me froto fuerte queriendo borrar las huellas de horas antes. Me seco mis partes nobles con delicadeza como presagio de las caricias que espero recibir. Me estrujo los pechos con voluntad de recolocar piezas del puzzle que pronto deseo descomponer. La realidad del nuevo día que aún no asoma me espera a pocas horas teñida del color del enfado y en mi mano está moldearla para arreglar la última toma de nuestra riña. Con la misma alerta y reserva me recorro el pasillo a tientas de vuelta en busca de tu calor, desnuda y con el sabor de la miel que acabo de beber. Pero en mi camino tropiezo con algo que emite un estruendoso pitido de pato de goma y el llanto de un niño arranca de la habitación contigua. Sin previo cálculo enciendo repentinamente la luz y una voz grave pero amable me invita con sosiego desde la cama a que me meta en ella, que el biberón no le toca hasta las 6 y yo debo de descansar.

 

Debo dejarme en casa y no llevar encima el duplicado de llaves que el vecino de al lado me dio por si las moscas y no aturdirme de esta manera cuando me enfado contigo. Recojo con la velocidad del rayo mi ropa esparcida por el lavabo antes de que su mujer regrese del hospital de su turno de noche y me vea desnuda frente a la puerta de la habitación donde su marido duerme plácidamente desde las 22h.

1 de marzo de 2007

Cómo pesa este día. Si no fuera porque está numerado diría que es como el de ayer. No me gustan los comienzos de año, ni tampoco los de mes. No me gusta empezar semanas si no continuar los días sin catalogar. Reniego la imposición de pensar que el día arranca cuando me levanto, y no cuando me despierto que puede ser al anochecer. Tengo la costumbre ancestral de no dormir la noche del domingo y descansar poco si debo madrugar, porque mi nocturnidad es viperina y me entristece perderla en invernar.

Me gustaba trabajar de contable porque no tenía que fichar y este detalle me hacía llegar más o menos puntual. Mi responsabilidad la demostraba de la única forma que sé, intentando hacer el trabajo encomendado sin ceñirme estricta al minutero ni dejar la mesa recogida aparentando un orden que con el de mi cabeza nada tenía que ver.

Ahora estoy cara a cara frente al abismo de un reloj que no me marca las horas, pero me indica que el tiempo pasa, y que algo tengo que hacer. Es la costumbre, o es lo que debe de ser, no sé. Lo importante es sentirse dueño de tu propio tiempo por estresado que a veces estés. Difícil, puede ser, pero proponérselo proporciona el gran placer de no sentir que vendes los minutos que generosamente se dedican de continuo a otro menester.

 

Qué bonita es la luna también por el día.

Me quedo de piedra

mi granate

Qué aburrida que estoy repantigada todo el día en el escritorio. Algunas amigas de tiempos ancestrales, han conseguido buen puesto en museos de renombre, contempladas, lo que nunca imaginaron. Otras, las más bellas, se pasean entre festines salpullendo de ostentad, con excesos innecesarios, lo más simplón. Las más sueltas hacen botellón y se ponen hasta arriba de ácido. Acaban deshechas, lógico, aunque algunas se resisten. Entonces es cuando salen de su boardilla con la amenaza de un bisturí. Bendita juventud… toda la vida por delante tirada por el retrete…

Y es que no es oro todo lo que reluce: hace poco contemplé con triste costumbre ya, precipitarse al vacío una compañera desde el balcón contiguo. Mala vida la que llevó, soportando cargas excesivas, presiones desmedidas. Esto acaba por machacarte, abriendo brecha sin duda.

En la playa me gustaría a mí estar, fresquita en plena orilla, tan brillante recién mojada, y secada al solo entre baño y baño, dejándome arrastrar por el oleaje sin más. De allí provengo, alguno se fijó en mis formas y belleza y desde entonces me mantiene, hasta que él quiera, y en días tediosos como el de hoy, echo mano de mis plácidos recuerdos, sin olvidar la fortuna de que aquí estoy a salvo de las mafias que por allí corrían.

A puñados se llevaban a las más chiquitas para cementarlas o enyesarlas con finalidades constructivas, según ellos. Mi más sentido pésame a la madre que las vio erosionar.

Otras, son escaladas y resquebrajadas las de menor suerte. Las más foráneas permanecen bajo escarcha, hielo, y moho, pisoteadas por inconscientes pero viendo crecer vida a su alrededor, y eso lo envidio desde mi más tranquila morada.

Ahora me han plantado una compañera con un look de lo más pijo en forma de pirámide. Alardea de traer suerte o no sé qué historia. Tallada y esculpida, así cualquiera no resulta interesante. Pero mi belleza natural, sin llegar a ser preciosa, me hace más substancial a ojos del entendido.

Y dicen que no estoy viva, por no tener cierta cualidad, pero conozco seres más muertos que se libran de estarlo porque dicen respirar.

Al agua embotellada, manantial de vida, se le atribuyen mis propiedades pero sigo siendo inerte estando llena de cualidades que vitalizan por dentro y fuera.

Espero no dejarte de piedra con lo que digo porque lo que resulta duro es serlo de verdad.

Más bueno que el pan

Texto retocado. Lo redacté a media noche, cerca de las 5 am. Soy sonámbula y esta mañana lo he visto colgado sin recordar haberlo hecho. Pensaba que únicamente lo había soñado pero por lo visto hay algún duendecillo que se levanta con la vejiga llena y los dedos sueltos. Qué peligro tengo hasta dormida. Cuidado con vuestras carteras, no las dejéis en mi cómoda que os devalijo. Feliz día. Ah, también adjunto la canción que me bajé pero sin conseguir insertarla, por vencerme el sueño más despierto, supongo. No lo sé, ostras... Tampoco conozco la canción ni cómo ni por qué, pero traducido el título sería algo así como "Tómame el pelo". Qué arsenal de curiosidades,ajaja

Un abrazo

-Ponme una baguette.

-Les faltan 5 minutillos.

-Pues dame aquélla de allí, qué es, ¿una chapata?

-Una chapela. Parecida pero más fina. ¿Sí?

-hmm, más fina... -digo susurrante- Vale -le confirmo con una sonrisa exagerada. Me corresponde con una que le hace achicar los ojos y enseñarme las teclas de piano que tiene por dientes.

-¡Pero que esté crujientita! – le suplico, alzando la voz por la distancia que se toma conmigo al ir en busca del continente de mi merendola, la víctima que pronto abriré en canal para hacerle la autopsia y despojarla de sus tripas blancas para luego ejercer de taxidermista dándole forma con todo lo que pille en la nevera.

Qué delgado se ha quedado Pedro, pienso. Lo veo al fondo de su panandería-cafetería triando con suma atención entre las únicas dos chapelas que le quedan como si de elegir el anillo de boda se tratase. Me molesta que las manosee tanto pero mi embelesada cara no me ayuda a mostrar mi pensamiento más higiénico, vuelto sucio y retorcido al verlo en la lejanía como me muestra las dos barras como torero en la plaza, con los brazos en alto alzando las dos orejas y brindándoselas a su prometida que permanece extasiada tras el mostrador de pastas. Sacaría el pañuelo blanco, reclamando el rabo, pero no lo entendería y mi vergüenza y buena educación me harían darla una explicación aturullada de algo sin sentido camuflado bajo el pensamiento más hambruno que ni con su despensa me podría saciar.

Ya viene. Pero por qué se ríe tanto. Tendría que estar cabreado, no ha complacido a su clientela más fiel con su pedido. ¿Será porque cree que no me importa?, Ha pasado en alto mis apetencias iniciales, y no me da igual ocho que ochenta ni trece que dieciocho. Seré agradable pero exigente, y pienso sugerirle que se abastezca de más pan para la próxima, y, aunque no venga a colación, comentarle también lo estupendo que está con su nuevo aspecto para nada demacrado, fruto de su saludable régimen hipocalórico de años, quedando de lo más sincera y cordial. Justo cuando me devuelva el cambio, le recordaré con medio cuerpo girado y un pie cruzando el portal lo guapo que está. Claro que sí.

-¿Algo más?

-Nono, sé que me está mirando aquél Donuts de allá- y lo señalo- y aquella caña de chocolate no me quita ojo.. pero, no.. –sonrío estúpidamente para finalizar mi estúpida frase que procedería a una serie que estúpidas afirmaciones que deberían haberse quedado en el sistema límbico y no salir ni estando sola pero…

-¿Qué tal estás Yolanda?- me intercepta, por las buenas.

-Pues no tan guapo como tú!- le contesto, a unas malas.

Silencio.

-De veras, estás estupendo!, irreconocible! De verdad,guapísimo, sisisi…- balbuceo torpemente por no poder desparecer como el humo.

-¿Y los niños para cuándo? – me pregunta sin acertar a santo de qué.

-Los niños, mayores de 25 los que quieras!! – ¿qué coño estoy diciendo?

-¿Ya no estás casada?-me interpela con repentino semblante serio.

-Sí, bueno, estoy esposada!!-bordado Yoli...

-Y tú, cuántos tienes, 2 o 3?-pregunto para retomar un hilo argumental inexistente

-Tengo uno.

-Sí, y ya está como tú de grande, hay qué ver...

-Hombreee Yolanda, tiene 5 años

-¿25 dices??-

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De veras, a veces desearía poder ser paloma, cagarla sin que me vean y poder salir volando, con el pico cerrado y los genitales ocultos bajo el plumaje, sin necesidad de comer más pan que el que la gente generosa me brindase. Pero nunca del panadero, capaz de resultar palomo cojo y perderme por siempre.

 

Si algún día llegas a leer esto, Pedro, te lo dedico. Gracias por tu paciencia con la clientela, y en especial conmigo.

Si encontráis alguna incidencia en el blog, comentádmela por aquí o vía email a: yolithebest@hotmail.com Gracias