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Cada día hago menos y soy más

OLFATO

Underground

Un trozo de cielo negro comienza a deshacerse en mil pedazos sobre mí. El pelo de mi cabeza se cuartea en gruesos mechones que, asustados por el fortuito ataque, se abrazan a mi cara como un pulpo adherido a la presa que no quiere dejar escapar, dejando a la suerte de dios a unos pendientes que parecen pesar el doble. Las uñas rojas de unos pies encharcados me miran avergonzadas de su aspecto carnavalero en un día tan lúgubre y se esconden fugitivas como las pezuñas del gato montés que nunca tuve. Tengo frío. La camisa empapada moja mis permeables prendas interiores y me siento incómoda. En un gesto de compunción, cruzo mis brazos y cuelo mis manos bajo el escote hasta alcanzar a tocar una piel áspera y fría que agradece su calor. El trueno que estaba por llegar se deja oír ronco por la humedad que arrastra y marca el pistoletazo de salida. Echo a correr y  mi cuerpo, temeroso, me acompaña. Mi gesto es entre aturdido y alegre por las muecas que las molestosas gotas me hacen tomar. El aire va traspasando sin permiso mi ropa mojada envolviendo a su paso todas mis articulaciones como un tirante  y transparente celofán que quisiera empaquetarlas para ser transportadas con mayor compacidad. El bloque de hielo en el que me he convertido me comporta, sin embargo, una flexibilidad inesperada que me hace defenderme con soltura de la intermitente realidad que me golpea. De repente, uno de mis pies desaparece en un profundo charco de barro que se agazapaba bajo el mullido suelo, engullendo la parte posterior de mi chancleta. Mis festivas uñas, ahora enlutadas, piden auxilio. Haciendo contrapeso, intento desenterrarlo pero caigo de costado arrastrada por el peso de mi bolso engordado. Una temperada arcilla comienza a embadurnar de apoco mis derrumbadas piernas y calma las punzadas de la incesante agua vertical. Estoy sola. Con ahínco giro como puedo el medio tronco libre pero el cansancio se alía con mis embalsamadas extremidades y me rindo, cayendo precipitadamente de espaldas al barro. Me observo. Únicamente mi cara sobresale de la trampa que el destino había urdido para mí. El resto de mi cuerpo se apacigua bajo la calma del subsuelo.

Al poco deja de llover, y el cielo negro se abre con la soltura de un telón. Sobre el tablado un hombre con casco se asoma a mi campo de visión pero el cegador escenario sólo me deja perfilar su barriguda silueta. Me habla sin cesar, gesticulando con todo el cuerpo, pero lo escucho con la misma dificultad que si estuviera haciéndolo desde el final de un largo tubo por el que a la vez debiera observarlo con el mismo aprieto con el que miraría los hilos incandescentes de una bombilla. De repente se va con premura y me quedo sola. Me observo. Únicamente mi cara sobresale  y el resto de mi cuerpo se entumece, bajo la dureza del suelo.

Me he quedado cementada en medio de una obra.

 

Cursor intensivo

Me refresco los pies desperezándolos en el suelo descalzo y las desprovistas chanclas tropiezan con el amasijo de cables de debajo de la mesa. En la mano, una cerveza suda el frío que me bebo. Frente a mí, el latido del cursor en la pantalla blanca quiere acompasarse con el segundero que oigo a mis espaldas y lo consigue en cinco de cada ocho parpadeos. Una gota se resbala por la cadera del espumoso botellín y se amista con otras dos para acelerar la huída hacia lo desconocido, pero se precipitan contra la comisura de mis dedos zurdos y mueren en la palma de mi mano. Las prisas del deshielo parecen contagiar al rezagado cursor negro que intermitentemente sigue en el empeño de sincronizarse con el reloj de pared. Finalmente consigue ocupar un sexagesimal vagón más en el tren del tiempo. O eso creo yo.

Me desencanto. Con un doble clic de ratón inmovilizo la diminuta barra vertical y extiendo mis manos en el teclado. Las yemas comienzan a acariciar cada una de las teclas para las que fueron programadas. Las palabras que se atreven a salir musicalizan el ambiente con un suave repiqueteo, el mismo de la lluvia que apenas moja al caer. Me paro. La intermitencia de la barra espaciadora vuelve a protagonizar mi pensamiento, y la voluntad de mis ojos en querer agilizar su pestañeo acelera mi pulso. Echo un trago largo y saboreo arrítmicamente.

Así no hay manera de escribir

Su-dando un paseo

Empujo el carro cuesta arriba. El calor se resbala por mis espinillas. Nunca he sabido si sudar por las piernas es atípico. En el gimnasio, siempre mojaba el maillot por tres puntos muy concretos: ingles, pecho y bajo las rodillas, mientras que la mayoría lo hacía por el bigote o las axilas, incluso por la nariz y las cejas, y esta diferencia me desquiciaba. Cuando nos doblábamos por la mitad colgadas como jamones de las espalderas, el deseo de transpirar lo menos posible se convertía en un pensamiento que me acompañaba durante todo el ejercicio. Buscaba la perfección en la contorsión de mi cuerpo con la absurda ilusión de acabar sudando por los sobacos. Luego, al comprobar frente al espejo el afloro de mis exclusivos puntos de sudoración, mi semblante se tornaba serio. Estuve más de diez años luchando contra mi sistema sudoríparo y casi los mismos recibiendo felicitaciones de la profesora por la ejecución exitosa de las tablas de gimnasia. En una ocasión, le pregunté distentidadamente si podía ayudarme con mi atormentada duda, a lo que ella señaló, sin titubeos, que una acuciada hiperlaxitud de mis músculos y una ligera escoliosis descompensada, adquiridas de un tiempo para acá, eran las causantes. La gimnasia- me dijo- te ayudará a corregirte posturalmente.

Al poco dejé de ir. Había perdido motivación.

 

 

De repente veo aproximarse a un hombre que no me quita ojo. Palpo el escote para calibrar su apertura y acelero el paso. En la carrera, husmeo una pestilente olor procedente de la rueda delantera izquierda. Dedico una cara bien fea a uno que me adelanta arrastrado por su rottweiler. Comento la jugada a la Paula a modo de desahogo mientras ella se distrae con la minúscula etiqueta de su peluche.

 

Llegamos al estanco. Está a punto de cerrar, y en la entrada, una chica cargada de mecheros promocionales me pregunta si fumo. Mi naturaleza más poseedora me hace dudar y acabo por contestarle con un no poco convincente. Me acerco a la estanquera que permanece sentada tras la vitrina de las quinielas. Envío un fax. El sol entra por los agujeros de la persiana medio bajada. Las motas de polvo que a trasluz flotan delante de mis narices arrastran mis ojos por toda la expendeduría sin llegar a mirar nada.

Un chico renace bajo la celosía y franquea la puerta respondiendo a la perenne comercial con un , que fuma de todo lo habido y por haber pero que no quiere mandingas de mecheros ni historias. Lo escucho con un asombro disimulado y me repito a mí misma: "No los quiere ni regalados". En seguida ensalzo su personalidad guiada por esta apreciación. Estoy delante de un hombre de aquellos que pertenecen a la estirpe más sincera de la especie, con aplomo y sin doble fondo. Me gusta sentir estas cualidades pegadas a mi espalda y respirarlas en los escasos metros cuadrados de la tienda, y me gusta notar cuan de rápido trabaja mi intuición en el rastreo de lo verdaderamente esencial.

 

Se aproxima a donde yo estoy y se planta a mi lado. Me mira y yo le sonrío a modo de saludo, a lo que él achica los ojos y retuerce la nariz. Sin acabar de entender su expresión le remarco mi sonrisa. Finalmente me corresponde y sin dejar de mirarme exclama:

-¡Cómo huele a mierda aquí!-

Se queda más ancho que largo y yo doy por clausurado mi silencioso homenaje.

Muevo el carro como un cangrejo que busca sepultarse bajo la arena. El sudor cae por mi frente y mis axilas.

 

La estanquera me cobra 4 euros por 3 hojas.

 

Ya son las 2.

En el bus

Me acerco a la parada de bus con el sigilo de quien entra a un cuarto en el que duermen. No quiero que me dejen asiento por estar embarazada y tras mi aproximación cautelosa permanezco de pie tras la marquesina. A los pocos minutos empiezo a tomar conciencia de la rigidez de mi cuello: un abultado bolso recién estrenado tira de mi trapecio izquierdo sin compasión. Lo quiero grande- le decía a la vendedora de la tienda. Me lo probaba y acto seguido exclamaba- ¡Buf, Pero qué grande que es! Es que no estoy acostumbrada y claro, no me sé ver…. ¿Otro como éste de grande, me lo podría enseñar?


Últimamente mis compras responden a la voluntad de cubrir las necesidades más abstractas de mi inminente maternidad, entendida como un desdoblamiento de mi persona que requiere ser abastecida con objetos que me resultan totalmente imprescindibles y que quizá nunca llegue a usar. Paula es alguien a quien nunca antes ví y que siento conocer de siempre.

Mientras busco la tarjeta de bus repaso a tientas estas cosas todavía innecesarias: una libreta de despejadas hojas donde anotar cosas que tengan que ver con ella, un bolígrafo escogido bajo el criterio de su imaginado gusto, colonia de fragancia fresca que intuyo le agradará, llavero de suave tacto al que gustará estrujar, y un sinfín de artilugios más que ocupan sin vacilar mi, cada vez más pequeño, bolso nuevo.


Desde la parada una voz masculina me llama:

-¡Yolanda, ven y siéntate!

-¡Hombre Pedro!, ¿qué tal? No,no, de veras estoy bien así, gracias.

-Es una orden, Yolanda. Íker- exclama a su hijo que a duras penas puede sentarse por la carteraza que lleva colgando de la espalda. En su caso es doblamiento de persona y es del todo literal. Me sonrío por el juego de palabras que se da en mi aburrida espera mientras su padre le ordena que me deje sitio. El niño obediente se echa hacia un lado sin quitar la vista de la consola y mi bolso y yo nos sentamos. Nos tiene a los dos acojonaos con tanta orden, pienso, sin dejar de sonreír. Mis divagaciones simplonas me mantienen callada y decido romper el silencio con poco acierto:


-Pero que grande que está. ¿Cuánto tiempo tiene?

Tiene ya 6 años. Es de los más bajitos de su clase- me sentencia, percatándome de la incongruencia de mi cuestión. Decido callarme hasta nueva orden, y me vuelvo a sonreír por la estupidez que llevo en mi cabeza, por lo visto aumentada todo lo que el niño no ha crecido, me digo, asombrándome de la facilidad con la que la tontería se sigue apoderando de mí.

-¡Hacemos una buena media!- le exclamo sin saber.-Quiero decir que…- intento pensar en décimas lo que ya no tiene sentido-todo lo que tú te has adelgazado lo he ganado yo! Es que me he puesto enorme.

Le acabo de recordar que aún me acuerdo de lo que él desea olvidar, acompañado de una sonrisa que no me cabría ni en mi bolso nuevo.


Por fin viene el autobús y como era de prever nos dispone a su hijo y a mí en los asientos pertinentes. Una antigua compañera de clase me reconoce y me saluda por mi nombre. Yo no atino con el suyo, y decido remontar mi desventaja sin arriesgar:

-Qué tal, muchacha!,¿al cole?-le interpelo mirando a un pequeño que se agarra de su brazo.

-Sí, lo llevo a  l’Escalada. Me pilla más lejos que el Lola Anglada, pero es que nuestro antiguo colegio ya no es lo que era. ¿Y tú que estás, embarazada?

-No…-le responde Pedro con una ceja medio arqueada.


La nueva interlocutora presenta síntomas de idiotez similares a los míos y eso me tranquiliza. Pedro ya puede asociarlo a algo propio de una edad, un estado, o, por qué no, unos estudios básicos impartidos en cierto centro. Pero poco dura su hipotético trabajo de campo porque la madre-amiga de la infancia se baja en la siguiente y mi conocido y yo volvemos a quedarnos solos.


El sol de las 3 entra por una de las ventanas y relaja todos mis músculos faciales. El traqueteo del bus nos mece a Paula y a mí y decidimos relajarnos lo que queda de trayecto. Estamos a gusto pese a tener a un metro al que manipula nuestra mente y nos hace decir tonterías que poco tienen que ver con la reflexiva conversación que mi desdoblado ser y yo llevábamos antes de llegar a la parada.

-¿Estás bien, Yolanda?

¿Será esta línea de bus lo que atonta a las personas?

-Sí, sí, estoy bien, Pedro, de fábula aquí con el solecito este que entra. ¿Y tú?


Me explica entonces los problemas que conlleva la escasez de tiempo en la paternidad y lo escucho sin interrupción desde mi soleado asiento.

-Como en diez minutos para poderlo acompañar hasta la escuela. Vamos en autobús porque lo quiero escuchar sin tener que estar por nada más. Intento sacar tiempo de donde no lo hay porque sé que luego es tarde para recuperar lo perdido y no puede haber mayor castigo que ese.  


Llegados a su destino, pone en pie a su hijo mientras le sustrae el videojuego de sus entrenados pulgares y le obliga a darme un beso de despedida. Aún con la suavidad de su fresca mejilla en la mía y el recuerdo vivo de la conmovedora declaración de su padre, soy protagonista de algo del todo desconcertante: sus grandes manos agarran mi cara para plantarme un eterno beso en mis comprimidas mejillas, pero un frenazo improvisto hace que su desprevenido gesto acabe sobre mis estrujados labios.


Agarro mi socorrida libreta nueva para darle un uso del todo inesperado, y comienzo a escribir lo que ahora trascribo.

Érase una vez

Érase una vez

Érase una vez una niña que no podía dejar de embobarse en cada pared blanca que veía, a cada agujero negro al que se asomaba. Un día, y llevada por la curiosidad de espiar en lo prohibido, decidió acercarse al lado más oscuro de su persona. Entonces, y como si lo hubiese hecho cientos de veces, se sentó en la silla de su cuarto frente a la pared de estuco lisa, dejando su mente en blanco y sin pensar absolutamente en nada. Así perduró hasta que sus piernas y brazos decidieron coger impulso para levantarse y salir de la habitación. Al poco, y como si de un acto reflejo se tratase, volvió de nuevo a coger asiento, fijando su mirada sin importar dónde pero con la misma sensación de antes: la de no pensar nada.

Los días sucedieron, y su habilidad de abstracción fue madurando. Conseguía abismarse con la velocidad del rayo, en el metro, por la calle, de pie o caminando, en la ducha o comiendo, escuchando y hablando. Hasta en los sueños se coló su vicio incontrolado, despojándola del disfrute de imaginar. Una mañana mientras se cepillaba los dientes observó frente al espejo cómo se escurrían sus orejas y mejillas. Una masa gris gelatinosa se abría paso desde su frente por entre los surcos de su cara, arrastrando las formas que en ella encontraba. Sus manos y su cuello se fueron deshaciendo a medida que la masa cogía terreno. A su paso, la estrecha cintura y sus cortas piernas se soldaron más que nunca en una única pieza sin forma definida. Todo su cuerpo se escurrió hasta desvanecer en el suelo del lavabo. Entonces reclinó como pudo su cabeza deforme y observó con terror que su cerebro ya no estaba, habitando en su lugar un abismal agujero negro. Su imagen reflejada en el espejo le permitió mirar a través del negruzco túnel y con pavorosa curiosidad pudo ver al fondo de la oquedad el suelo blanquecino y liso del lavabo. Entonces y como sucedía cientos de veces la ensimismación más temida se apoderó de ella, abstrayéndola de todo, para bien o para mal.

Las formas de su cuerpo, licuadas por la abrasividad de su cerebro, permanecerían por tiempo desperdigadas.

Con los años dibujarían la silueta de una preciosa mujer, sombra de la que pudo haber sido y no fue, por sufrir la pena de niña de no poder imaginar ni pensar nada.

Un churro de vecina

Un mal sueño me empuja a despertarme. Aún reciente me levanto para asomarme a la ventana y ver al churrero trabajar. Con el destemple del descanso coartado voy hasta la cocina en busca de aliento, y un vaso de leche se presta como el mejor de los candidatos. El mareo pronto me da los buenos días, y por una vez, me alegro de que ocupe mi pensamiento aún viciado. La química del cerebro se va de puente dejándome a mí todo el trabajo por hacer.  Qué suplicio. Las hormonas se meten hasta con mi oído interno, pero lo hacen con contrato temporal a horas convenidas. Pronto las finiquitarán.

Suena el timbre de la puerta. Dejo mis pensamientos figurados junto al desayuno y arrastro mi cuerpo hasta la mirilla. Abro.

 

-¡Enhorabuena , hija! Ay!, no sabes la alegría que me has dado!

- Hola Mercedes, Buen día (siempre pienso, centésimas antes, en la marca de coches para dirigirme a ella sin equivocación) Me coges almorzando- y sonrío, por no saber qué añadir.

-Que me he enterao por la Beatriz, la del 7º, la que toca el piano. Ay!, qué bien!!

Qué es lo que traes? A ti no te va a pasar como a la de al lao- me apunta, reclinando la cabeza con la ceja arqueada hacia el 6º 4ª- A ella ni se le notó!, Como ya estaba tan gorda de antes,  dio a luz sin que nadie se enterase de que estuviera preñada, y claro, como tampoco se parece a ninguno de los 2, tan rubito él, con esos rizos, y esos ojos verdes tan gordotes-recuerda la mujer fijando su mirada en mis pies descalzos- pues todo hacía pensar que era adoptao, pero desde luego que con los gritos que le llegan a pegar al pobre crío, los de asuntos sociales poco trabajo iban a tener para retirarles la custodia. Así que el niño es de ellos, bueno, de ella, porque el chaval poco pinta, con lo saboría y malasombra que es la pobre.

-Hombreee, Mercedes…- sacudo estas dos palabras de mis cuerdas más afinadas, consciente de que nada de lo que diga puede atravesar el bloque de vacío que nos separa.

 

Cuando alguien obra de manera desdeñada hacia otro, tiene un motivo más allá del aparente. Cuando alguien saca conclusiones sobre lo que uno es en función de cómo actúa, lo hace siempre bajo su singular forma de pensar. Es ésta la verdadera esencia que nos diferencia a las personas. La complejidad del entramado de maneras de ser está garantizado, por banal que sea lo que al final se formule.

La extraña conversación-monólogo de mi vecina me la tomo como un sudoku emocional y no como una ofensa con la que yo deba alterarme, aliarme, mofarme, alegrarme.

Cierro la puerta con el mismo sigilo con el que no la debí abrir y me vuelvo hasta la cocina. Un olor a buñuelos ha decidido entrar por la ventana e invadir uno de mis sentidos más tocados por el embarazo.

 

Caliento de nuevo la leche para dar paso a un pensamiento nuevo: el de mojar un buen churro en ella...

Pequeñas cosas que pasan

Una bata blanca con olor a mentol me acompaña hasta la habitación habilitada como sala de espera. El laberíntico pasillo que recorro hasta llegar es huella indeleble de los 2 pisos que tiempo atrás fue la actual consulta de dentista. Me adentro en su reformada estancia de cascados sofás que me evocan el tiempo que hace que no venía. Cojo asiento en uno de ellos mientras me rebota el silencio de un no correspondido saludo de buenas tardes de la única persona que allí se encuentra. Me incomoda. Clavada en el agrietado sillón, me alío con su confort y me relajo. Fijo entonces mi mirada en la que cree que lo cortés está en desuso, para decirle en silencio lo que pienso sobre sus escasos modales. Observo cómo observa lo que yo no miro hasta que el timbre de su móvil me substrae del encantamiento. Evito mirarla para dejar de escucharla. Me cuesta.

De fondo, el zumbido de abejorro de su voz al teléfono; en primer plano, mi voluntad de ensimismarme en algún quehacer que me separe de ella lo que disto de su persona. Como por inercia, me reclino a coger una de esas revistas que sólo me apetece mirar cuando estoy en el dentista, y la hojeo. Mi repaso insulso se detiene por un titular que dice: “Sordomuda consigue su sueño de ser modelo”. A medida que leo por encima lo que el reportero ha escrito hasta llenar las 2 hojas encomendadas, hago mi peculiar trascripción sobre lo que no se dice. Observo a la modelo cómo me mira a través del papel couché y cómo me da las buenas tardes con una cordial sonrisa. Está feliz y me lo contagia, decapitándome cualquier reflexión sobre su entusiasmo por ser arquetipo de belleza en una sociedad tan frívola. Entonces, y llevada por la presencia de la que ya me cae definitivamente mal,  me entra una paranoia que no quiero controlar: imagino que doy la vuelta a la revista vigorosamente, asiéndola bien fuerte por ambos extremos del artículo, y, poniéndome en pie, exhorto todo el fuego que sale por mi boca. Le recrimino a grito pelado cómo puede ser que alguien resulte cordial y agradable a través de una maldita foto y sin tener capacidad auditiva, ésa que tan bien sabe malgastar ella en panochadas telefónicas que no hacen más que ensordecer ( todo ello mientras le señalo la foto de la escultural chica y le salpico con mi baba por la misma excitación del momento). 


Termina de hablar y coge una de las revistas que, amontonadas en la mesita central, esperan ser inspiración de perturbaciones mentales. Yo deposito la mía dando por finalizada su inspiradora lectura. En ese momento, la misma mujer mentolada de antes, me llama por mi nombre para que acuda a mi segunda tortura de la tarde.

Ya levantada, y con un pie fuera de la sala, le digo con voz seria dirigiéndome a la cotorra:  

Hasta luego Lucas

Recorro el pasillo de vuelta sonriendo al imaginar su cara descompuesta. Recuerdo también la otra frase que se me quedó en el tintero, aquella que iba sobre las muelas y que también decía Chiquito, y entro del todo animada a otra de las habitaciones adaptadas para la consulta del dentista, esta vez para que me maten el nervio…

Best Seller

Best Seller

He vuelto a dejar que me aplaque la opinión de un desconocido. Repaso las palabras justas que salieron de su boca y me percato que es su entonación lo que más me hiere. Pienso que lo que escuchamos viene más determinado por los gestos que vemos que por  las palabras que oímos, y también reparo en la rapidez con la que se pasa alguien por la entrepierna estos matices que yo contemplo.

Cautelosa me había acercado para suavizar los eslabones de los tristes pensamientos de aquella desconocida que lloraba frente a un gran ventanal por algo desgarrador:

-Sólo tienes que concentrarte en cualquier punto del infinito firmamento que se despliega esta noche ante ti -le decía mientras le señalaba el cielo- y recoger lo que nadie se para a ver. Verás qué llena de sensaciones te vas a sentir.

-¡¡Niña!!,-grita una persona dirigiéndose hacia ella. Me sustrae la mano que había aposentado en el hombro tras susurrar mi frase de buenas intenciones-las malas rachas pasan, y para eso estamos los amigos, no esos conocidos de los que solemos hablar en nuestras entretenidas comidas. Todos pasamos de vez en cuando por épocas así! pero, está claro que, suceden por algo. No sé muy bien por qué pero, lo averiguarás...seguro! Ah, y por propia experiencia te digo que mirando las estrellas las cosas no pasan, hay que afrontarlas sin miedo!

 

La confianza da asco pero la desconfianza también. ¿Qué coño sabe esta cómo afronto yo mis miedos?

 

Me produce resquemor notar ataques verbales mal hirientes escudados bajo la extrema energía que todo lo quiere resolver y decido marcharme. Alejarme físicamente me hace distar del momento, y cojo una perspectiva que sin moverme me cuesta. Al poco empiezo a estar donde yo lo dejé y pienso sobre mi manera de llevar las relaciones personales, alimentada por la simbiosis obtenida en ellas. La amistad se retroalimenta. Abrirme a nuevas personas me enriquece y nutre las consagradas. La antigüedad de un amigo acelera un perdón pero no lo excusa. La novedad es diferente pero no antagónica. El precio pagado esta noche por querer experimentar ha sido abandonar una fiesta a la que no debería haber ido y me ratifico en mi manera de ser haciendo las paces conmigo. Me consuelo, ya más tranquila, recordando la última despedida de soltera, que no me fue de perlas pero tuvo mejor final. Todo este arsenal de reflexiones me ha llevado de paseo a un parque que no conozco. Me detengo y me apoyo en una farola en la que los mosquitos buscan su luz en la noche. Observo que aunque peleones se entienden a la perfección pues ninguno se aleja cientos de metros a meditar. El esnifar de un perro a mis pies me abstrae de mi ensimismamiento.  Me hace ponerme firme pegada al farol. Un hombre distraído por completo lo lleva asido por el cuello y decido saludarle antes de que nos asustemos los dos, él por no percatarse de mi presencia y yo por miedo a una reacción asustadiza.  La noche es negra y mi vestido blanco de gasa transparente canta como los grillos en verano.

 

-Oye, perdona- le digo tenuemente- Perdona, lo siento. Sólo quería saber si tenías un cigarrillo. Te he asustado?

-Si. Estaba en mis pensamientos y no te he oído llegar ¿Qué hace una chica como tú por aquí a estas horas?

  Su pregunta me incomoda aunque sus palabras me rejuvenecen. Pienso sin dudar en excusar mi presencia con una mentira sin importancia, para no entrar en detalles que deseo olvidar.

-No podía dormir y hace una noche muy agradable. ¿Y Tú? ¿Tampoco puedes dormir?- el pavor del momento me hace interrogarle de manera infantil.

-Yo estoy trabajando y he salido a despejarme un poco con mi inseparable amiga. Soy escritor.

- ¿Y de que escribes? Le vuelvo a preguntar como pidiendo  tiempo muerto.

- He escrito algún libro pero ahora escribo relatos cortos para una revista.

-Caray… Qué emocionante.

-No te creas. Ahora mismo estoy desesperado por que no encuentro ningún tema para llenar mi trabajo. La creatividad, por desgracia, no tiene un interruptor para activar y desactivar… o te viene o no te viene.

Arranco a caminar y su perra se adelanta a mis pasos. Él se incorpora a nuestro ritmo tras tensarse la cuerda que lo sujeta.

-¿Y cómo son las historias que tienes que escribir?- Le reitero con el tema con ánimo de observarle mientras se explaya en contestarme. Acierto a pensar, mientras gesticula con una mano su estructurada respuesta por tenerla pensada, que ronda los cuarenta. Tiene un gesto agradable en su cara. Su chupa de piel desgastada es molde de su torso. La tranquilidad de su perra que lo mira con la lengua fuera me transmite la confianza de la que una persona desconocida carece. Me reconforta pensar que puede que el destino me premie finalmente con una interacción personal nueva interesante, y mi empeño en que así sea se realza a medida que lo oigo hablar:

-Bueno, pues escribo de todo y de nada. Historias cortas, en las que voy al grano, no me gusta perderme en muchas descripciones. También me gusta escribir en ellas cosas sobre mí, aunque lo mezclo con otras cosas inventadas y todo junto consigue dar personalidad a mis personajes. Intercalo algún dialogo donde cuelo algún ideal o algo que haga reflexionar a quien lo lea. Después añado algo de sexo o violencia, o las dos cosas juntas, por darle un toque más comercial y para rematar… un final lo más inesperado posible, algo que el lector no pueda ni imaginarse y que cuando acabe de leerlo no le salga decir otra cosa que… ¡Qué cabrón! Así, más o menos, son las historias que escribo… o me gustaría escribir.

Lo escucho con atención, y acierto a preguntarle si en algo puedo yo ayudarle pues la compañía es grata y el reto interesante. Mi imaginación no tiene límites, y quizá le aporte lo que le hace falta. Con escasa credulidad, se anima a contestarme la inesperada pregunta:

-Me hace falta una buena inspiración, una musa que baje y logre que mi imaginación funcione y me ayude a encontrar a ese personaje que de solidez a una buena historia.

Se calla. Nuestro paso se detiene justo delante del portal de una casa.

-¡Bueno!.-intercepta.- Aquí vivo yo.

 

Sin saber bien con qué entrecortadas frases acompañadas de gestos afables, acabo entrando en su casa. Observo de un vistazo que todo el salón huele a escritor. Al fondo, un ordenador encendido y un cenicero repleto de inspiraciones apagadas. A los lados, estanterías colmadas de libros viejos por releídos. Y en la entrada, yo, el capricho de un creador. Mi atisbo no relativiza el tiempo pues tengo conciencia de que permanezco de pie buen rato esperando su vuelta con dos gintonics.

Su tardanza me hace indagar qué habitación lo tiene retenido sin dejarlo salir. Sigo el rastro del pasillo que lo ha raptado, y asomo mi cabeza por las dos habitaciones que me cruzo. Ambas están completamente vacías y tienen en común el color rojo de sus paredes y las cortinas de gasa blanca de escasa largura. Su voz turbada pero silenciosa me llega de la última habitación del pasillo. No acierto a entenderle y me acerco hasta la puerta sin que me vea.

-Ya tengo mi historia, ya tengo mi historia, ya tengo mi historia, ya tengo mi historia, ya tengo mi historia.....- le oigo decir. Asomo mi cabeza. Cajas y escombros amontonados en la entrada de la habitación me entorpecen verlo. Se percata de mi presencia al derrumbarse una de ellas y se descubre ante mi completamente desnudo. Me mira con los ojos exacerbados y mi invita a pasar, con la misma calma con la que una hora antes yo lo invité a charlar. Alarga su mano para ayudarme a  entrar con el mismo gesto afable con el que me convidó a su casa.

-Esta noche tú has  reencarnado un personaje- me puntualiza en susurros- he hablado de mí y hemos dialogado. Ahora- prosigue, mientras me enseña su erección- estoy teniendo sexo contigo mientras me pajeo pensando en ti, oooh mi musa...

y……¿ahora? , ¿ qué toca ahora?- canturrea sonriente mientras desenvaina un cuchillo de entre cartones que alcanza a rasgar la manga de mi vestido.

Pego un chillido ensordecedor que me lo guillotina con una bofetada que me abre la mejilla haciéndome caer de vuelta al pasillo.

Estoy aterrorizada, trato de incorporarme con todo mi cuerpo tembloroso. Recorro el pasillo pero mis piernas flaquean y tropiezo una y otra vez, aterrada por querer salir.

Salgo despavorida queriendo retomar el paseo de vuelta. Busco enloquecida el punto de luz de la farola que nos presentó para huir con vida de allí pero la negrura espesa de la noche me confunde. Agarro al chucho para que me indique el camino y su naturaleza fiel me ayuda a correr lo que mis pies dan de sí. Sin mirar atrás  corro, corro y corro hasta llegar a la carpa de donde no debí salir. Allí nadie me ha echado de menos pero yo a ellos sí.

  

Busco el gran ventanal donde poder contemplar la noche que empieza a abrirse. Mis ojos llorosos turban el horizonte pero la perra relame mis mejillas mojadas. Las dos hemos salido del infierno de un perturbado. Empiezo a buscar consuelo en mi atormentada existencia y recuerdo mi afirmación categórica: yo pienso que lo que escuchamos viene más determinado por los gestos que vemos que por  las palabras que oímos aunque reparo en la rapidez con la que se pasa alguien por la entrepierna estos matices que yo contemplo. Rompo a llorar.

El precio pagado esta noche por querer experimentar, ha sido abandonar una fiesta a la que no debería haber ido, pero me ratificaré en mi manera de ser, y volveré a hacer las paces conmigo.

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La historia original de la cual surge este plagio es de Akiv, un gran escritor que no debería fiarse de sus lectoras, por inspiradores que puedan resultarle sus comentarios....... ;-) 

 

Un beso!

 

Duplicado de llaves

Duplicado de llaves

Mis ojos llorosos encharcan mis pestañas agrumándolas como el peor de los rímels. Permanezco inmóvil con la mirada perdida en la cama que poco antes fue testigo de nuestra disputa, sólo mis manos se mueven para frotar mis picosos ojos, dándome un gusto momentáneo que despista por segundos mi profunda pena. No lo entiendo. Lo importante de la relación siempre fue sentir las ganas de volver sin importar de dónde. Besarnos la boca sin pretender apropiarla. Que nuestro deseo se centrara en querer tener a nuestro lado a una persona feliz pero no por un motivo interesado. Libertad de pensamiento y de acción. Dos almas unidas por el sentimiento y no por la razón.

Repaso aún exhausta tus atronadoras palabras, ésas que me habían martilleado la cabeza haciéndome huir del escenario cargante, saliendo desbordada de dolor y dejando tras de mi un portazo y un adiós. Busqué, ya en la calle, el oscuro cielo que nada me recrimina pero la pesadumbre al poco me ha hecho volver. Y aquí estoy de nuevo, con la misma desazón y postura, y aquí sigues tú, tumbado en el mismo lado de la cama donde te dejé pero ahora con un silencio que descifra los ruidos más significativos: el roce de la sábana al darme tu espalda me da las buenas noches. Un clic al apagar mi luz te contesta con la misma empatía, dando por finalizado el entreacto de la obra de nuestra vida.

Durante la noche, no consigo arreglar un repetitivo sueño por más que aprieto los ojos, y acaba por desvelarme. Me acerco a tu oído tragando la angustia con exceso de saliva buscando el reset bajo tu cobijo pero tú duermes con postura rara, inaccesible. La ceguera con visiones me obliga a buscar claridad fuera. Me levanto a tientas sigilosa, como si encender la luz o hacer ruido pudieran interpretarse como continuidad del diálogo zanjado. Abro el grifo de la ducha con el mismo cuidado. Con decaimiento por lo poco dormido, espero impaciente con la esponja entre mis manos a que el agua de la ducha me de la limosna de la templaza, que caiga por fin caliente en mi enjabonado sombrero de poros. La esponja brota espuma a borbotones como si el exceso fuera a perpetuar más el aroma en mi cuerpo. Me froto fuerte queriendo borrar las huellas de horas antes. Me seco mis partes nobles con delicadeza como presagio de las caricias que espero recibir. Me estrujo los pechos con voluntad de recolocar piezas del puzzle que pronto deseo descomponer. La realidad del nuevo día que aún no asoma me espera a pocas horas teñida del color del enfado y en mi mano está moldearla para arreglar la última toma de nuestra riña. Con la misma alerta y reserva me recorro el pasillo a tientas de vuelta en busca de tu calor, desnuda y con el sabor de la miel que acabo de beber. Pero en mi camino tropiezo con algo que emite un estruendoso pitido de pato de goma y el llanto de un niño arranca de la habitación contigua. Sin previo cálculo enciendo repentinamente la luz y una voz grave pero amable me invita con sosiego desde la cama a que me meta en ella, que el biberón no le toca hasta las 6 y yo debo de descansar.

 

Debo dejarme en casa y no llevar encima el duplicado de llaves que el vecino de al lado me dio por si las moscas y no aturdirme de esta manera cuando me enfado contigo. Recojo con la velocidad del rayo mi ropa esparcida por el lavabo antes de que su mujer regrese del hospital de su turno de noche y me vea desnuda frente a la puerta de la habitación donde su marido duerme plácidamente desde las 22h.

Me quedo de piedra

mi granate

Qué aburrida que estoy repantigada todo el día en el escritorio. Algunas amigas de tiempos ancestrales, han conseguido buen puesto en museos de renombre, contempladas, lo que nunca imaginaron. Otras, las más bellas, se pasean entre festines salpullendo de ostentad, con excesos innecesarios, lo más simplón. Las más sueltas hacen botellón y se ponen hasta arriba de ácido. Acaban deshechas, lógico, aunque algunas se resisten. Entonces es cuando salen de su boardilla con la amenaza de un bisturí. Bendita juventud… toda la vida por delante tirada por el retrete…

Y es que no es oro todo lo que reluce: hace poco contemplé con triste costumbre ya, precipitarse al vacío una compañera desde el balcón contiguo. Mala vida la que llevó, soportando cargas excesivas, presiones desmedidas. Esto acaba por machacarte, abriendo brecha sin duda.

En la playa me gustaría a mí estar, fresquita en plena orilla, tan brillante recién mojada, y secada al solo entre baño y baño, dejándome arrastrar por el oleaje sin más. De allí provengo, alguno se fijó en mis formas y belleza y desde entonces me mantiene, hasta que él quiera, y en días tediosos como el de hoy, echo mano de mis plácidos recuerdos, sin olvidar la fortuna de que aquí estoy a salvo de las mafias que por allí corrían.

A puñados se llevaban a las más chiquitas para cementarlas o enyesarlas con finalidades constructivas, según ellos. Mi más sentido pésame a la madre que las vio erosionar.

Otras, son escaladas y resquebrajadas las de menor suerte. Las más foráneas permanecen bajo escarcha, hielo, y moho, pisoteadas por inconscientes pero viendo crecer vida a su alrededor, y eso lo envidio desde mi más tranquila morada.

Ahora me han plantado una compañera con un look de lo más pijo en forma de pirámide. Alardea de traer suerte o no sé qué historia. Tallada y esculpida, así cualquiera no resulta interesante. Pero mi belleza natural, sin llegar a ser preciosa, me hace más substancial a ojos del entendido.

Y dicen que no estoy viva, por no tener cierta cualidad, pero conozco seres más muertos que se libran de estarlo porque dicen respirar.

Al agua embotellada, manantial de vida, se le atribuyen mis propiedades pero sigo siendo inerte estando llena de cualidades que vitalizan por dentro y fuera.

Espero no dejarte de piedra con lo que digo porque lo que resulta duro es serlo de verdad.

Más bueno que el pan

Texto retocado. Lo redacté a media noche, cerca de las 5 am. Soy sonámbula y esta mañana lo he visto colgado sin recordar haberlo hecho. Pensaba que únicamente lo había soñado pero por lo visto hay algún duendecillo que se levanta con la vejiga llena y los dedos sueltos. Qué peligro tengo hasta dormida. Cuidado con vuestras carteras, no las dejéis en mi cómoda que os devalijo. Feliz día. Ah, también adjunto la canción que me bajé pero sin conseguir insertarla, por vencerme el sueño más despierto, supongo. No lo sé, ostras... Tampoco conozco la canción ni cómo ni por qué, pero traducido el título sería algo así como "Tómame el pelo". Qué arsenal de curiosidades,ajaja

Un abrazo

-Ponme una baguette.

-Les faltan 5 minutillos.

-Pues dame aquélla de allí, qué es, ¿una chapata?

-Una chapela. Parecida pero más fina. ¿Sí?

-hmm, más fina... -digo susurrante- Vale -le confirmo con una sonrisa exagerada. Me corresponde con una que le hace achicar los ojos y enseñarme las teclas de piano que tiene por dientes.

-¡Pero que esté crujientita! – le suplico, alzando la voz por la distancia que se toma conmigo al ir en busca del continente de mi merendola, la víctima que pronto abriré en canal para hacerle la autopsia y despojarla de sus tripas blancas para luego ejercer de taxidermista dándole forma con todo lo que pille en la nevera.

Qué delgado se ha quedado Pedro, pienso. Lo veo al fondo de su panandería-cafetería triando con suma atención entre las únicas dos chapelas que le quedan como si de elegir el anillo de boda se tratase. Me molesta que las manosee tanto pero mi embelesada cara no me ayuda a mostrar mi pensamiento más higiénico, vuelto sucio y retorcido al verlo en la lejanía como me muestra las dos barras como torero en la plaza, con los brazos en alto alzando las dos orejas y brindándoselas a su prometida que permanece extasiada tras el mostrador de pastas. Sacaría el pañuelo blanco, reclamando el rabo, pero no lo entendería y mi vergüenza y buena educación me harían darla una explicación aturullada de algo sin sentido camuflado bajo el pensamiento más hambruno que ni con su despensa me podría saciar.

Ya viene. Pero por qué se ríe tanto. Tendría que estar cabreado, no ha complacido a su clientela más fiel con su pedido. ¿Será porque cree que no me importa?, Ha pasado en alto mis apetencias iniciales, y no me da igual ocho que ochenta ni trece que dieciocho. Seré agradable pero exigente, y pienso sugerirle que se abastezca de más pan para la próxima, y, aunque no venga a colación, comentarle también lo estupendo que está con su nuevo aspecto para nada demacrado, fruto de su saludable régimen hipocalórico de años, quedando de lo más sincera y cordial. Justo cuando me devuelva el cambio, le recordaré con medio cuerpo girado y un pie cruzando el portal lo guapo que está. Claro que sí.

-¿Algo más?

-Nono, sé que me está mirando aquél Donuts de allá- y lo señalo- y aquella caña de chocolate no me quita ojo.. pero, no.. –sonrío estúpidamente para finalizar mi estúpida frase que procedería a una serie que estúpidas afirmaciones que deberían haberse quedado en el sistema límbico y no salir ni estando sola pero…

-¿Qué tal estás Yolanda?- me intercepta, por las buenas.

-Pues no tan guapo como tú!- le contesto, a unas malas.

Silencio.

-De veras, estás estupendo!, irreconocible! De verdad,guapísimo, sisisi…- balbuceo torpemente por no poder desparecer como el humo.

-¿Y los niños para cuándo? – me pregunta sin acertar a santo de qué.

-Los niños, mayores de 25 los que quieras!! – ¿qué coño estoy diciendo?

-¿Ya no estás casada?-me interpela con repentino semblante serio.

-Sí, bueno, estoy esposada!!-bordado Yoli...

-Y tú, cuántos tienes, 2 o 3?-pregunto para retomar un hilo argumental inexistente

-Tengo uno.

-Sí, y ya está como tú de grande, hay qué ver...

-Hombreee Yolanda, tiene 5 años

-¿25 dices??-

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De veras, a veces desearía poder ser paloma, cagarla sin que me vean y poder salir volando, con el pico cerrado y los genitales ocultos bajo el plumaje, sin necesidad de comer más pan que el que la gente generosa me brindase. Pero nunca del panadero, capaz de resultar palomo cojo y perderme por siempre.

 

Si algún día llegas a leer esto, Pedro, te lo dedico. Gracias por tu paciencia con la clientela, y en especial conmigo.

Si encontráis alguna incidencia en el blog, comentádmela por aquí o vía email a: yolithebest@hotmail.com Gracias

 

Tengo 90 años

Y de repente tengo 90 años. Miro mi alrededor, todo permanece como antes de irme a dormir menos yo, que he envejecido varias décadas. Contemplo mis manos, fiel reflejo del paso del tiempo, y me confirman lo inverosímil de este martes. Permanezco inmóvil minutos. Estirada en la cama observo los mosquitos atrapados de la lámpara del techo mientras pienso que esto no es posible, que debe ser un sueño, pero nunca me cuestiono en un sueño si lo es. Buceo mis brazos bajo el nórdico, palpando mi cuerpo que hoy amanece cicatrizado por las heridas de unos años que ayer no existían, pero me lo creo, porque estoy convencida de que la vida es lo que te sucede y no lo que crees que vives, así que tardo poco en sucumbir a mi realidad. Sigo sumergida entre las sábanas. No tengo prisa por levantarme. Quiero experimentar lo que está pasando, poco a poco. No hay duda, yo sigo siendo yo, pero los colgajos de mis brazos me despistan: mi carta de presentación ha cambiado aunque mi currículum sea el mismo. Me encuentro bien. Trago saliva, muevo los dedos de los pies  y contorneo la cintura y se diría que es un problema de vista lo que tengo. Empiezo a pensar que algo le ha sentado mal a mi cerebro y que hoy me da los buenos días con una diarrea de alucinaciones. Alargo el brazo hasta la mesita  y agarro el móvil acercándolo hasta mí pero sin abrirlo. No llamaré a un psiquiatra para que me explique lo que no creería. Tampoco a un físico cuántico que me convenza con lo que es teoría. Doy gracias a que me reconozco por dentro y no olvido que situaciones reales de la vida me han impresionado más. Me lo echo al bolsillo del pijama y decido incorporarme. Me siento al filo de la cama, me encajo las zapatillas y  apaciguadamente  me pongo en pie. Cabellos blancos y lanosos, sobre mis pechos caídos, y tembleque en mis piernas. Me desplazo arrastrando mi carcasa y sonriendo con apuro: menos comer y más deporte, jovenzuela. La vida no dejará de sorprenderme, y cada cual que juegue su partida, la mía de lo más Kafkiana por lo visto. Pero ahí voy, camino de la cocina con paso lento. Mi paseo procesionario me descubre un pasillo más largo que de costumbre. La parsimonia en mis movimientos me fija la mirada en cosas de siempre que aparecen nuevas. Aprendo yendo despacio. Adopto nueva actitud sin percatarme y acierto en pensar que, bueno es lo que te enseña, y me suspiro. Tomo aliento apoyada en  el armario aún sin terminar, y asomo la cabeza por la habitación donde dejé un suéter por doblar y cerca a Ricky, con la jaula limpia de ayer. Llego al comedor y repito la jugada de cada mañana. Pongo a calentar la leche que más tarde tomaré templada con Nescafé. Me desperezo en el balcón y entro para asearme siguiendo el croquis hasta el lavabo, aunque esta vez no enciendo la luz. Uno ve lo que quiere, y hoy, en la penumbra y frente al espejo, yo me encuentro igual que ayer.

Café en mano, rescato el teléfono y llamo. Tras 5 tonos, que me parecen eternos, la voz de mi madre me da los buenos días y me pregunta cómo me he levantado hoy, a lo que yo le respondo decidida que bien, aunque debería descansar más o me haré vieja en 4 días. 

Saco la bota María que me voy a descalzar

Esta noche es Noche Buena y mañana Navidad, saca la bota Maríaaaaa...         

En los pisos de ahora, similares a los establos de entonces por lo menos en lo que respecta a dimensión (cada cual que lo limpie cuando quiera), mientras mandas a María a por vino tú ya has ido. Cancioncilla ésta la de cada año de irrefutable letra machista. Debería abolirse este canturreo que nos persigue estos días. No es canción que implante alegría en buena sintonía con la familia, pero podría ser utilizada exclusivamente con aquella sobrina-cuñada-tía  progre-feminista-superguay que tanto odias y que ves más de lo que aún quisieras.De utilizarlo para tal fin, sugiero completar el repertorio dedicado, siempre acompañado con mirada punzante que quisiera sacarle los ojos, con las siguientes estrofas de reiteradas llamadas a María (¿estructuradas en su día con el intento de hacer que la pobre mujer no cesara en sus obligaciones?): "María, María, ven acá corriendo, que el chocolatillo se lo están comiendo”, “Y si quieres comprar pan más blanco que la azucena en el portal de Belén la Virgen es panadera” y por último “A esta puerta hemos llegado cuatrocientos en cuadrilla si quieres que nos sentemos saca cuatrocientas sillas”.   

…que me voy a emborrachaaaaaar (...)

cantar esto a pulmón a tu hijo, con anisete del Mono en mano y cucharilla de postre raspándola emulando no se sabe aún que instrumento, incita a normalizar una acción etílica que lejos está la sociedad de quererlo aceptar. Podríamos remediar el mal acierto de la confección de este provocador villancico, con un final resolutorio, diciendo, "niños no bebáis, esto es broma, no bebáaaaais…" pero no, porque prosigue:” Ya vienen los Reyes por aquel camino, ya le traen al Niño sopitas con vino”. Sugiero en este caso, añadir  lo de “En mi casa hay dos vecinos, un marido y su mujer, y aunque no sea Nochebuena también montan su 'belén'...", para que el niño vea lo poco católico que anda el padre de familia y lo lejos de la connotación religiosa con la que inicialmente fueron concebidas dichas cancioncillas. 

"En el portal de Belén gitanitos han entrado y al Niñito de María los pañales le han robado".         

Xenófobo. El que se anime a plantarse en el rellano para cantársela al vecino,se expone a no saber qué invitados asomarán la cabeza tras su puerta.Puede que solo se ría el niño de ver a su padre de nuevo haciendo el imbécil.

Rima asonante bonita donde las haya: "En el portal de Belén hacen Luna los pastores para calentar al niño que ha nacido entre las flores". Pero no me cuadra con la de : "Ay del chiquirritín chiquirriquitín metidito entre pajas, ay del chiquitirrín queridín, queridito del alma" ¿qué significa? ¿Soy yo una mente calienturienta? Mirando el repertorio, me declino a que el boca a boca va distorsionando las letras originales, porque otras como “ Esta noche nace el Niño y no tengo qué llevarle, le llevo mi corazón, que le sirva de pañales” llevan de poético lo que yo de religiosa. Lo mismo sucedería con "En el Portal de Belén hay una granada hermosa que la pintó San José con su mano poderosa" y que sigue con: "Ya se ha abierto la granada, ya ha salido el sol divino para casarse con rosa, Santo Domingo el padrino". Yo definitivamente confeccionaría un pupurri Light que dijese: "La granada abierta, el sol que sale, y la mano de José poderosa, me están poniendo nerviosa!"  

Y por úlitmo, mi más bonito hallazgo, este que dice: "Fíjate qué rubia, mira qué morena,¡ay, qué buena noche que es la Nochebuena!"

Fueron los ángeles del Belén promotores del piropo del andamio?  http://corazones.org/biblia_y_liturgia/temporadas/adviento_navidad/canciones%20.htm   (villancico En el Portal de  Belén)

      
El Ave María del Bisbal o el Así es María de Ricky Martin serían buena solución ante tal concierto mal estructurado y sin sentido al que recurrimos estos días por aquello de la Navidad.

Feliz Noche Buena en cualquier sentido.

Viernes noche

Viernes noche. Despedida de soltera de amiga de la infancia. Llego 30 minutos tarde. Acelero el paso. Me canturreo con asfixia la misma melodía de siempre: “tengo que cambiar, tengo que cambiaar…” mientras me acerco a grandes zancadas al punto de encuentro. Ninguna cara conocida. Deduzco que son ellas por el volumen de mujeres concentradas en la puerta de un Telepizza. Decido presentarme en la lejanía, con sonrisa exagerada y un ¡ hola! con correspondencia nula. Beso sin miramientos a toda y cada una de las allí presentes, repitiendo mi nombre como si en ello les fuese la vida. Un total de diez veces, el mínimo que necesitaría yo para recordar los suyos. Empiezo a hacer asociaciones para no olvidarlos: Ascen de ascensor, porque es alta, ya está; Ana, la que me llamó para citarme; Merche, cantante; una con cara de Raquel, otra con cara de Esther, y aquellas dos, las pijas, una se llama.. _tu nombre es Yolanda?_pregunto _psí. Se congela el tiempo y añado:_anda mira como yo! ( pero no como yo..) Oigo risas. Me toca el turno de firmar en un delantal con forma de falo. Sigo en mi línea y tardo horrores en decidirme qué poner “porque ahora estarás esposada pero no atada” y firmo rápido rellenando espacios con besos y pasando el testigo a la compañera. Firmamos todas. El rebaño decide abrirse paso dirección casa de la homenajeada. La pastora anda acicalándose pensando que tiene una cena con mi clon no clon la Yolanda. Me endosan una cámara de usar y tirar para que haga de reportera en el momento que nos abra la puerta de su casa y de su corazón. Soy la última del desfiladero de hormigas que sube por las escaleras, y cuando llego arriba temo que ya esté de vuelta del viaje de novios, pero llego a tiempo de besarla, y por sorpresa mía, se alegra y mucho. Decido tirarle una foto a su cara sonriente y otra a mis encías felices justo antes de recordar que esa cámara no la revelaré yo. La sientan, le colocan la diadema con polla de plástico, banda de miss cachonda, y le endosan un ramo de prepucios rosas. Lista. Bajamos por donde subimos y distribuyen gente en los coches. Yo me quedo fuera. Esto no me pasaba ni jugando al pañuelo en la hora del recreo. Revindico mi puesto como fotógrafo de la boda que soy: -y yo con quién voy?- pregunto mientras pienso que tendría que haber cogido el mío. Una voz con rizos acepta llevarme en su Ford fiesta rojo del año catapún al que empiezo a alabar por puro agradecimiento. Chapa impecable-le digo, mientras me dejo una hernia discal en un bache. Se sonríe. Resaltar algo objetivo siempre es un punto asegurado. Ella y las otras dos acompañantes siguen hablando de sus cosas. Todas, a excepción de las pijas y la Ascen son compañeras de trabajo de mi amiga. Todas, a excepción de las pijas y la Ascen tienen temas intrascendentalmente importantes que hablar. Todas, a excepción de la conductora de rallis, tienen menos de cuarenta y están emparejadas. Todas, menos yo, lo saben. Desacierto en preguntar, por la cara que pone, si tiene hijos, a lo que me pregunta que qué años le echo a lo que yo me precipito en decir 25, y ante su inexpresiva faz resuelvo decir "42?" Totalmente subjetivo. Desisto en querer arreglar su cara. Definitivamente le caigo mal. Decido callarme. Aparcamos y bajamos. Además de fotógrafa soy guardaespaldas de las 3 amigas. Por fin vislumbro a la Novia pero anda entre risas y sigo batallando sola. Me quiero ir. Me río. Sigo caminando un buen trecho. Podríamos haber bajado andando pero omito el comentario. Me sonrío.

Una de las salas del restaurante se abre únicamente para nosotras. Una mesa larga repleta de embutido y un radiocedé en el suelo frente a una desusa chimenea. Por fin cruzo palabra con mi amiga, y le cuento cómo he ido a parar hasta allí, mientras el gallinero sigue cacareando de fondo. Si acabase trabajando en la gestoría a la que pertenecen, lo primero que haría sería escupir al jefe e insultar al hijo, subiría los sueldos y pagaría pluses por puntualidad. Montaría un despacho sólo para la rizos y una guardería para todas las madres. Y todo por verlas cambiar de tema un ratito.

 

 

-¿En el presupuesto entra la sangría de cava?- pregunta la contable fiscal –sólo las de vino- aclara la camarera.-Y no se pueden cambiar? -No. -pues traiga cocacolas-concluye.
-...y traiga las sangrías que entran, también! – grito yo indignada por su apropiación del mando de la nave. Todas se callan, como si de una asociación de exalcohólicos se tratase la fiesta. Recuerdo que soy un polizón y añado: “para emborrachar a la novia!, hay que bebérselo todo esta noche!”

 

me pregunto:

¿dónde he dejado mi bote?

 

 

 

 

Cansadas de su monotema, deciden abrir fronteras al otro lado de la mesa, justo cuando ya me había acostumbrado a mi selfservice: mi tostadita de paté por aquí, mi queso en lonchas por allá, mis dos sangrías bien puestecitas frente a mi, a mano la que ya era mi cámara: fotos de yo y la novia; yo y la chimenea; yo y las pijas de fondo; yo y mi venganza: instantáneas sin avisar del resto de congregadas.

-Bueeno!!- emerge una voz de ultratumba-y en qué trabajáis el resto, vamos a ver?

-vendo Swarovski en el Corte Inglés. –dice la Ascen mientras se me rompe una de las tostadas que estaba untando.

yo- dice la pija clon- en el ayuntamiento de Barcelona.

- y tú?-preguntan a la otra pija

-yo en Barcelona.

- y dónde trabajas tú? –refiriéndose a mi. Tomo aire:

 

En la mayor empresa de España, qué digo: del mundo! Menudo problema con la cena de Navidad nos llevamos. Dónde conseguir un servicio de catering para tanta gente!, ay,ay.. de verdad.. y dónde congregarnos a todos? somos de un especial.. y ninguno organiza ná,oye!, yesque andamos tan escasos de tiempo!

.....

 

 

Estoy en el paro” aclaro con voz de locutora de noche.Estallan a reír. Me como el paté con los dedos y añado seria:”pero en mis ratos libres soy multiorgásmica. Me hago amigas explicando técnicas sexuales. Hay quien piensa que para tener orgasmos vaginales basta con tener vagina.. un milagro se necesita! ¿Y las que esperan correrse en la primera cita cuando realmente por lo único que se está es por esconder barriga y gracias?. Lo que hay que hacer es darle mucho a la lengua.-aclaro mientras pelo una banana_hablar mucho vaya. Come plátano, amiga!! Grito a la novia a modo de conclusión, cogiéndola por la mandíbula para hacerselo engullir asido a modo de navaja.

Acabo de salir de un exorcismo. Mi vergüenza escénica y mi aburrimiento vencidos con una puesta en escena que no podría repetir aunque quisiera. Minidiscurso bien acogido, preámbulo de la próxima media hora de monólogo. Sirvo botella de cava, enciendo la radio y nos ponemos a bailar la contable fiscal, la Swarovski, la novia y yo. Recuerdo que no me sé sus nombres y sigo bailando. Dejo mi cámara a otra para que nos tire fotos. Encantada acepta. Me sale trabajo de contable en la gestoría. Me preguntan dónde ir después y si quiero algo. -Sí: irme!!!- digo sin saber por qué.

Se ríen sin apenas escucharme.

Soy la reina del mambo.

Cada día hago menos y soy más.





 

No hay refrán que no sea verdadero

Cuánta razón tienen los dichos. Hablaba con mi gran amiga por teléfono, y si hiciéramos recuento, unas diez frases hechas han aflorado en el transcurso de la charla. Cuando llegamos al absurdo de la conversación siempre echo mano de manera puramente instintiva a uno de ellos para encauzarla, como señal de humo de que me estoy enterando de "por dónde van los tiros". Por su naturaleza popular, también me ayudan a dar aquel consejo que mi corazón y mi cabeza no se ponen de acuerdo en pronunciar,  pudiendo decir lo que pienso pero eximiéndome de la responsabilidad que para mi conlleva hacerlo, o por lo menos, del éxito que pueda comportar seguirlo, porque si algo sale mal no puedo evitar pensar que no debería haberlo dicho.
Hoy divagamos sobre el volumen de faena que en el trabajo le tienen encomendado y el trabajo que tengo yo para encomendarme uno; sobre una llamado inesperada de alguien de su pasado y sobre mi falta de voluntad en desquitarme de llamar a alguien que aún está presente; sobre mi persistente manía en creer que tengo que cambiar, y lo peor aún, creer que lo conseguiré, y sobre mi alegría de ver como su vida promete ser maravillosa y sobre el entusiasmo que le echa al vaticinar lo bien que me va a ir en la mía; sobre su obstinada manera de querer normalizar su extraordinaria forma de ser, y cómo no, sobre el tamaño de sus pechitos. Con voluntad de demostrar el poder de los refranes, podría transcribir la hora de conversación mantenida con un puñado de frases hechas.

 Sería algo así como:
--Aliss, ¿qué tal estamos?
-- con faenica, ya sabes... haz cien y no hagas una y como si no hubieras hecho ninguna pero pa' lante como los de Alicante.
-- Pues cada cual que aguante su san Benito. Quien quiera peces, que se moje el culo.
--¿Tú qué tal?
--Poca cosa nueva. Quien mucho duerme poco vive.
--No por mucho madrugar amanece más temprano. El que madrugó una bolsa se encontró, pero más madrugó el que la perdió.
-- Pero el que madruga, caga más temprano Aliss.
--¿Y?
-- Pues que quien no se arriesga, no pasa la mar.
-- A la que no está acostumbrada a bragas, las costuras le hacen llagas, y para ti las de esparto son de seda.
-- Ay...El buen ojo del amo engorda al caballo. Qué tendrá mi hijo de feo que yo no se lo veo.. Ninguna mujer es fea por donde mea y tu te agachas mucho para mirarme...tú eres lesbiana, sí,sí...Oye, ¿te volvió a llamar?
--No. Le contesté correcta sin más.
--El que escucha lo que no debe, oye lo que no quiere...
--Gato escaldado, del agua fría huye.
--Tú no huyes, simplemente que agua pasada no mueve molino y poner en marcha el ventilador es para esparcir la mierda. Basura que se bota, no se vuelve a recoger.Ayy lo que vale mi Aliss...
--Tú, que me ves con buenos ojos. Y tú qué, ¿sin noticias de Dios?
--No. Sólo un sms.
--Quién mucho se despide pocas ganas tiene de irse.
--Es difícil... subí como palmera y estoy cayendo como coco..     
--Tranquilo, piojo, que la noche es larga. 
--¿Por qué me dices eso Aliss? (no todos los refranes se entienden..)
--Porque Zamora no se ganó en una hora. Lo que tenga que ser será, y a otra cosa mariposa. Y, cómo siempre, no hay mal que por bien no venga aunque nunca se puede decir de esa agua no beberé y ese cura no es mi padre.
--Si es que agua que no has de beber déjala correr, pero a veces es tan difícil...los días que pasan son saltos de pulga (para relacionarlo con el del piojo (¿?))
y donde hubo fuego cenizas quedan.
--Bueno amiga, sábado sabadete, camisa nueva y un polvote
--Sí, yendo yo caliente, que se ría la gente.
--.. este dicho viniendo de tu mente calenturienta..está mal usado..
--..y a las diez, en la cama estés, en buena compañía y con un pecho fuera...bueno, pechito.. Un besico mi Aliss!
--Otro pa ti!!
Dedicado a mi Aliss. Quien tiene un amigo tiene un tesoro.
Dedicado a la humanidad: Quiéreme cuando menos lo merezca, que será cuando más lo necesite.