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Cada día hago menos y soy más

La convivencia no multipilica x 2

La convivencia: bendita palabra. Según la Real Acedemia, convivir es vivir con otros. Vivir con otros, y punto. Nada más que añadir. Tantos términos enmendados, y éste sigue inmutable en su definición con la cantidad de matices que conlleva a la práctica. Llevo dos años conviviendo, con el mismo, y diez de relación, con el mismo pero no con el único. He convivido más que vivido con él, y eso que los años dan para tocar toda las acepciones del verbo vivir, que de éste si que hay y muchas. Ayer montamos un armario en el pasillo. Volcarse juntos en un mismo proyecto de poca envergadura me exalta porque me da una felicidad momentánea que no consigo con los grandes planes de futuro. Lo doy todo en un principio y luego no me queda ni para propinas. En cambio con las pequeñas cosas el truco lo tengo pillado: darle  la importancia en su justa medida, eso es, no hacerlo grande si es pequeño, y a disfrutar. Siguiendo con la definición matemática de la Rae, bastaría con multiplicar por dos para obtener el resultado de esta ecuación de primer grado: la felicidad de vivir en pareja. Pero los algoritmos están presentes hasta en los problemas más banales que surgen de la nada, donde debieran permanecer siempre. Ayer me alegré de montar el armario de 2,35m por 3,50m con espaciosos altillos donde acumular lo que acabaré tirando. Me alegró aún más haber podido adaptar al hueco del pasillo el modelo PAX de IKEA porque me ahorro dinero que podré gastar en comprar otro armario donde seguir guardando cosas que no acabaré tirando por disponer de espacio. Me encanta el espacio porque carezco de él. Y manifiesté esta tonta alegría, y  a él se la contagié, y se rió y se sonrió y era feliz. Contentada con lo convivido, me animé a seguir haciendo cosas pequeñas con la finalidad última de compartirlas y poder multiplicar x 2.Me duché silbando bajo la ducha y lo invité a enjabonarse conmigo, me tiré fotos desnuda y lo reté a que hiciera de trípode con su parte más erguida si cabía, embadurné de crema mi cuerpo con sus manos mientras con las mias me masajeaba pies,tobillos,gemelos, una y otra vez, para resultarle simpaticona y sensual con mi calculada y provocadora postura.Y me metí en la cama, sientiendo el roce suave sobre mi piel comestible y mi acerqué por detrás buscando su boca para que rastreara todos los recovecos de mi cuerpo, pero se había dormido.

Trunqué mi alegría, multipliqué mi frustración y elevé a la cuarta mis ganas de consumir otro pequeño gran placer que se había forjado con tal despliegue de medios.Tuve que echar mano de mi otra mano para filtrar el placer medio compartido, y no desanimarme por ser negada en las matemáticas relacionales, simplemente tengo que dejar de creer en ellas.

Miro al sol con los ojos cerrados

 

 

 

Me gusta el sol de otoño. Siempre que puedo me mudo a mi balcón y  le planto cara sentada en un minúsculo taburete a cosa hecha. Desafío a lo ergonómico, apuesto por pensar que la comodidad es un invento para que nos satisfaga lo que no convence. Me apoltrono medio escurrida frente a él. Las piernas me miden medio metro más y los brazos me sobran. Intento olvidarme de mis extremidades y también de todo lo que minutos antes me ocupaba el pensamiento. Soy feliz. Y pienso en él, en la grandeza de su ser que me proporciona generosamente esta  sensación de estar rozando la perfección.

Cuando se acerca el invierno se vuelve tímido pero siempre sé dónde encontrarlo, por difícil que me lo ponga. Cojo carretera y manta y dejo atrás encapotados cielos, neblinas que lo translucen, para buscarlo en cielo raso y mirarlo con los ojos cerrados.    

En verano lo dejo trabajar, como camarero en chiringuito. Contemplo como los hoteleros se hinchan los bolsillos a su costa mientras pocos recuerdan lo milagroso de su existencia, proporcionarnos la vida que no teníamos. Y entonces pienso que igual que su olvido, el desprestigio también debería correr a cuenta nuestra cuando lo acusamos de enfermedades, incendios, catástrofes medioambientales y demás infortunios del humano incivilizado. Me cabrea recordarlo y entonces con sudores en el canalillo sentada en cómoda terraza alzo la vista y le digo en silencio que su omnipresencia no debería permitirlo, pero observo al camarero que remangado me sirve una horchata a precio de diez y me digo que su pasión por la gastronomía sucumbió también a devenir del conformismo, que todos tenemos precio, incluida yo que permito este negocio con mi presencia en tan caluroso lugar. La grandiosidad de nosotros mismos no depende del tamaño, ni del prestigio, ni del renombre. Nos la tenemos que ganar a diario.

Tengo calor y empieza a dolerme el culo. Es tu manera de avisarme de que ya me tengo que ir. Me encanta nuestra relación. Mañana seguimos hablando, si tú quieres.

No hay refrán que no sea verdadero

Cuánta razón tienen los dichos. Hablaba con mi gran amiga por teléfono, y si hiciéramos recuento, unas diez frases hechas han aflorado en el transcurso de la charla. Cuando llegamos al absurdo de la conversación siempre echo mano de manera puramente instintiva a uno de ellos para encauzarla, como señal de humo de que me estoy enterando de "por dónde van los tiros". Por su naturaleza popular, también me ayudan a dar aquel consejo que mi corazón y mi cabeza no se ponen de acuerdo en pronunciar,  pudiendo decir lo que pienso pero eximiéndome de la responsabilidad que para mi conlleva hacerlo, o por lo menos, del éxito que pueda comportar seguirlo, porque si algo sale mal no puedo evitar pensar que no debería haberlo dicho.
Hoy divagamos sobre el volumen de faena que en el trabajo le tienen encomendado y el trabajo que tengo yo para encomendarme uno; sobre una llamado inesperada de alguien de su pasado y sobre mi falta de voluntad en desquitarme de llamar a alguien que aún está presente; sobre mi persistente manía en creer que tengo que cambiar, y lo peor aún, creer que lo conseguiré, y sobre mi alegría de ver como su vida promete ser maravillosa y sobre el entusiasmo que le echa al vaticinar lo bien que me va a ir en la mía; sobre su obstinada manera de querer normalizar su extraordinaria forma de ser, y cómo no, sobre el tamaño de sus pechitos. Con voluntad de demostrar el poder de los refranes, podría transcribir la hora de conversación mantenida con un puñado de frases hechas.

 Sería algo así como:
--Aliss, ¿qué tal estamos?
-- con faenica, ya sabes... haz cien y no hagas una y como si no hubieras hecho ninguna pero pa' lante como los de Alicante.
-- Pues cada cual que aguante su san Benito. Quien quiera peces, que se moje el culo.
--¿Tú qué tal?
--Poca cosa nueva. Quien mucho duerme poco vive.
--No por mucho madrugar amanece más temprano. El que madrugó una bolsa se encontró, pero más madrugó el que la perdió.
-- Pero el que madruga, caga más temprano Aliss.
--¿Y?
-- Pues que quien no se arriesga, no pasa la mar.
-- A la que no está acostumbrada a bragas, las costuras le hacen llagas, y para ti las de esparto son de seda.
-- Ay...El buen ojo del amo engorda al caballo. Qué tendrá mi hijo de feo que yo no se lo veo.. Ninguna mujer es fea por donde mea y tu te agachas mucho para mirarme...tú eres lesbiana, sí,sí...Oye, ¿te volvió a llamar?
--No. Le contesté correcta sin más.
--El que escucha lo que no debe, oye lo que no quiere...
--Gato escaldado, del agua fría huye.
--Tú no huyes, simplemente que agua pasada no mueve molino y poner en marcha el ventilador es para esparcir la mierda. Basura que se bota, no se vuelve a recoger.Ayy lo que vale mi Aliss...
--Tú, que me ves con buenos ojos. Y tú qué, ¿sin noticias de Dios?
--No. Sólo un sms.
--Quién mucho se despide pocas ganas tiene de irse.
--Es difícil... subí como palmera y estoy cayendo como coco..     
--Tranquilo, piojo, que la noche es larga. 
--¿Por qué me dices eso Aliss? (no todos los refranes se entienden..)
--Porque Zamora no se ganó en una hora. Lo que tenga que ser será, y a otra cosa mariposa. Y, cómo siempre, no hay mal que por bien no venga aunque nunca se puede decir de esa agua no beberé y ese cura no es mi padre.
--Si es que agua que no has de beber déjala correr, pero a veces es tan difícil...los días que pasan son saltos de pulga (para relacionarlo con el del piojo (¿?))
y donde hubo fuego cenizas quedan.
--Bueno amiga, sábado sabadete, camisa nueva y un polvote
--Sí, yendo yo caliente, que se ría la gente.
--.. este dicho viniendo de tu mente calenturienta..está mal usado..
--..y a las diez, en la cama estés, en buena compañía y con un pecho fuera...bueno, pechito.. Un besico mi Aliss!
--Otro pa ti!!
Dedicado a mi Aliss. Quien tiene un amigo tiene un tesoro.
Dedicado a la humanidad: Quiéreme cuando menos lo merezca, que será cuando más lo necesite.

Sentirse sola es positivo

Tener conciencia de que uno está realmente solo te permite disfrutar más de la vida. Así lo experimento yo, y así lo siento. Yo digo pocas cosas de mi misma porque estoy repartida por todo el cosmos, y más concretamente y que yo recuerde, entre las personas y lugares con los que he tenido, tengo y tendré relación. Experimenté esa sensación cuando estuvo mi madre ingresada en el hospital. Familiares iban y venían según la permisividad de sus horarios. Enfermeras acudían al auxilio de mi madre según el horario a cubrir esa semana. Médicos pasaban el parte de buena mañana, influidos por su estado anímico de sus respectivas vidas, vidas que podrían estar bañadas por alguna situación semejante a la mía, porqué no. Si se les había dado bien el día anterior, la capacidad de empatizar con el paciente era mayor, o por lo menos en apariencia, cosa que se agradece porque a mi manera de ver las cosas, en momentos poco deseables, es preferible una sonrisa forzada, un comentario estudiadamente oportuno, a uno que te recuerde la realidad que no te gustaría estar viviendo. Pero incluso si resultaba menos agradable daba igual. La presencia de todo este colectivo me era grata, tanto su aparición inesperada como su ausencia impensable; tanto la cordialidad del personal de limpieza como la estupidez del cuerpo sanitario. Todo me parecía una obra de teatro vista desde el púlpito, en el que yo, presenciaba lo que acontecía sin inmiscuirme en nada, como pura observadora. Por qué iba a molestarme o alegrarme. Mi realidad, mi dolor… era mío, egoístamente hablando me pertenecía. Y lo quería padecer yo y superarlo yo, en silencio, influida por lo que mis pupilas iban reteniendo durante los días de hospitalización, como cuando salimos pensativos de ver la obra de teatro. Pero es influencia, nada más. Sigues estando sola. Despotricar o agradecer lo que va sucediendo a tu alrededor es escupir en las aguas del río, caudaloso en su curso, reposado en su delta, algo previsible son sus movimientos, como lo es lo que sucedía a mi alrededor mientras permanecía al lado de mi madre. Remojar mis pies en el río, notando su gélida agua cuando el sol no lo toca, su cálido masaje en mis doloridas callosidades, mientras alzo la vista y veo el paisaje, lo bonito y cruel que hay en él, todo el ciclo vital de un solo día de un río, inalterable en el tiempo, pero en continuo movimiento, es lo que me hace sentir más tranquila. Tomar perspectiva me hace disfrutar de una panorámica que complementa la sensación vivida con mis pies dentro del agua, con mi madre en el hospital.

Conversando con él

A punto ha estado de llevárselo la grúa. Ayer estuve parloteando hasta altas horas de la noche dentro del coche. Es el único sitio donde poder hablar tranquilamente con él. Debían ser las 2 cuando bloqueaba el volante y colocaba el hierro que lo inmoviliza. Es un artilugio más estético que otra cosa, pues hace poco me percaté que es posible conducir con eso puesto. Un frenazo manual en el semáforo de mi calle me hizo darme cuenta de que lo llevaba aún ensamblado al pedal central, que por comodidad es el escogido para tal fin, sin mayor criterio que éste para colocarlo.

El vaho se había apoderado de todo el habitáculo Me ensimismé viendo resbalar las gotas condensadas del cristal del parabrisas, siguiendo las carreras que mantenían, abriéndose camino cristal abajo efecto alud de nieve. Todo mi cuerpo perpetuado ante tal espectáculo, únicamente mi mano izquierda se alzaba para truncar alguna de estas carreras de fondo. El asiento parecía también mojado, aunque quizá solo estaba frío, no sé, pero todo hacía pensar que la conversación había sido larga. Ese día me había llamado tres veces, las mismas que descolgué el móvil. A veces ni tan solo contesto sus entrañables sms deseosos de buenos propósitos para mi, pero ayer hablamos más de lo debido. Le comenté sorprendida que hoy el destino se había puesto de nuestra parte haciendo coincidir nuestro tiempo libre para poder así gestar nuestras afables conversaciones. Pero ciertamente el motivo era que me sentía sola. De hecho el destino se había esfumado sin dejarme ningún propósito para el resto de la tarde y holgazaneé con móvil en mano esperando su llamada. –Buenas noches cocinilla, que usted lo guise bien- me dijo a modo de despedida. Y es que mi pasión por la cocina me hacía darle recetas nuevas de continuo, rescatadas del sitio mas insospechado. La última, risotto di champignon, de la puerta de un lavabo frecuentado por estudiantes de Erasmus.

Se marchaba contento a dormir las 4 horas que restaban para levantarse pero no le importaba.Yo me quedaba pensando en lo poco sincera que había sido con él, por no mostrarle, una noche más, mi abatimiento ante la vida, el no saber para donde tirar, camuflándome bajo mi estudiada sonrisa acompañada de escurridizos comentarios. Cómo me gustaría también poderlos frenar como hago con lo demás.

El bizcocho de limón cocinado de madrugada me subió más de la cuenta, podría haberse desinflado pero hoy mojado en el café con leche de la mañana se dejaba comer aunque me ha costado pasármelo más que en otra ocasión. Las prisas por mover el coche mal aparcado no ayudaban.