Sumerjo el huevo en la sartén con aceite a más de 200 grados. Lo hago con sumo cuidado, y observo embebecida su caída. Sus formas se deslizan anchamente, como nudista en la arena tumbado al sol, y me contagia un relax que me contenta. Desplomado sobre el manto resbaladizo de elevada temperatura, se mantiene flotante como colchoneta de playa, y el calor cada vez más intenso va chuscarrando los lados hasta oscurecerlos, como cuando el sol tuesta las partes más blancas de mi cuerpo. Cojo la espumadera, prolongación de mi mano combustible, y comienzo a bañarlo con el mismo bálsamo que lo acaricia, como el bebé que imprevisible permanece quieto recibiendo las aguas bautismales de su madre. Salpico suavemente una y otra vez su asoleada cara, perfecta en su forma y en su color. Los segundos pasan y la calentura sube. La bañera infantil se torna ahora hidromasaje, y las eclosiones de la fritura que emergen de la sartén se vuelven amenazantes. No se deja mirar mas que con los ojos entornados, como su semejante astro, porque aunque se sepa digno de contemplar, es descarado en su atino a salpicarme donde más me duele cuando lo hago. Y le tiro sal, y me quema, haciendo migrar sus burbujas a mi piel si no soy rápida de reflejos.
¿Puede haber algo más bello?
El olor que desprende con los trozos de ajo doraditos me subleva ante él. De soslayo los veo amistándose con el faldón blanco de puntillas marrones que los camufla, juegan a ser uno siendo tan diferentes en color, sabor y textura, conjugándose como los matrimonios que milagrosamente aún perduran.
¿Lo estaré friendo bien?
Hay tantas formas, todas tan eróticas... durito por en medio con aureola perfectamente dibujada a su alrededor como pezón de adolescente; con cuajarones blancos entremezclados con la yema dura como orgía improvisada; desparramado y poco hecho con la yema temblorosa como flan servido por camarero aprendiz cual bello pecho pequeño que ingrávido y sin sujetador se agita incesante a su paso...
Pero esta vez me apetece tanto contemplarlo, que me lo comeré como quede, mojado con pan y estucando mis muelas mientras mi paladar lo disfruta, y tragándolo con el gozo de estar saboreando uno de los mejores manjares que conozco.
Lo bueno, si es sencillo, dos veces bueno.
foto extraída de: http://inpraiseofsardines.typepad.com/blogs/