Tengo 90 años
Y de repente tengo 90 años. Miro mi alrededor, todo permanece como antes de irme a dormir menos yo, que he envejecido varias décadas. Contemplo mis manos, fiel reflejo del paso del tiempo, y me confirman lo inverosímil de este martes. Permanezco inmóvil minutos. Estirada en la cama observo los mosquitos atrapados de la lámpara del techo mientras pienso que esto no es posible, que debe ser un sueño, pero nunca me cuestiono en un sueño si lo es. Buceo mis brazos bajo el nórdico, palpando mi cuerpo que hoy amanece cicatrizado por las heridas de unos años que ayer no existían, pero me lo creo, porque estoy convencida de que la vida es lo que te sucede y no lo que crees que vives, así que tardo poco en sucumbir a mi realidad. Sigo sumergida entre las sábanas. No tengo prisa por levantarme. Quiero experimentar lo que está pasando, poco a poco. No hay duda, yo sigo siendo yo, pero los colgajos de mis brazos me despistan: mi carta de presentación ha cambiado aunque mi currículum sea el mismo. Me encuentro bien. Trago saliva, muevo los dedos de los pies y contorneo la cintura y se diría que es un problema de vista lo que tengo. Empiezo a pensar que algo le ha sentado mal a mi cerebro y que hoy me da los buenos días con una diarrea de alucinaciones. Alargo el brazo hasta la mesita y agarro el móvil acercándolo hasta mí pero sin abrirlo. No llamaré a un psiquiatra para que me explique lo que no creería. Tampoco a un físico cuántico que me convenza con lo que es teoría. Doy gracias a que me reconozco por dentro y no olvido que situaciones reales de la vida me han impresionado más. Me lo echo al bolsillo del pijama y decido incorporarme. Me siento al filo de la cama, me encajo las zapatillas y apaciguadamente me pongo en pie. Cabellos blancos y lanosos, sobre mis pechos caídos, y tembleque en mis piernas. Me desplazo arrastrando mi carcasa y sonriendo con apuro: menos comer y más deporte, jovenzuela. La vida no dejará de sorprenderme, y cada cual que juegue su partida, la mía de lo más Kafkiana por lo visto. Pero ahí voy, camino de la cocina con paso lento. Mi paseo procesionario me descubre un pasillo más largo que de costumbre. La parsimonia en mis movimientos me fija la mirada en cosas de siempre que aparecen nuevas. Aprendo yendo despacio. Adopto nueva actitud sin percatarme y acierto en pensar que, bueno es lo que te enseña, y me suspiro. Tomo aliento apoyada en el armario aún sin terminar, y asomo la cabeza por la habitación donde dejé un suéter por doblar y cerca a Ricky, con la jaula limpia de ayer. Llego al comedor y repito la jugada de cada mañana. Pongo a calentar la leche que más tarde tomaré templada con Nescafé. Me desperezo en el balcón y entro para asearme siguiendo el croquis hasta el lavabo, aunque esta vez no enciendo la luz. Uno ve lo que quiere, y hoy, en la penumbra y frente al espejo, yo me encuentro igual que ayer.
Café en mano, rescato el teléfono y llamo. Tras 5 tonos, que me parecen eternos, la voz de mi madre me da los buenos días y me pregunta cómo me he levantado hoy, a lo que yo le respondo decidida que bien, aunque debería descansar más o me haré vieja en 4 días.
6 comentarios
yolijolie -
Alicia -
yolijolie -
Que tengas un día genial.
mmmmua!!!
Xavi -
yolijolie -
Gracias!
Besos
antoniaiam -